jueves, 18 de diciembre de 2014

ADMITO las distintas formas de escritura, incluso las que distan tanto de mi manera de entender el fenómeno literario, pero lo que no puedo ni ética ni estéticamente admitir es la falta soberana de saber decir, de ars recte dicendi. Lo tengo por lo mínimo que debe manejar un escritor.  Hay que respetar la lengua como principio de creación, pues si no es así, el fruto será putrefacto en el ínterin.  

Escucho estos días a Ludovico Einaudi y Wim Mertens. Dos sensibilidades dispares, pero semejantes en la profundidad de la melodía y del concierto. Con sus músicas voy escribiendo ora páginas sueltas de diario ora versos y estrofas que desdeñan la belleza. 

¿Mi círculo? Lo tracé en la orilla pero no logro encontrarlo de nuevo.