LA MAÑANA entona su figura a los ojos y penetra una claridad incierta por la ventana hasta la mesa en la que escribo. Leo con detenimiento y pausa; estoy revisando, cuando abandono la lectura, los poemas. He vuelto a escribir algún verso, a retocar aquí y allí, a tratar de reconducir el silbo de alguna melodía insinuada.
Observo a los hombres, uno a uno, como quien deja caer sus ojos al atardecer. Trato de encontrar, sobre todo, la concordia (qué vocablo más hermoso nos dejó el mundo antiguo). Concordia del corazón con el acorde externo del mundo. Porque en ello creo y en ello resisto a pesar de las contradicciones y las paradojas naturales que pueden darse en los hombres. A pesar de ello, vuelvo la consciencia a otra estructura distinta de la que ven los ojos, de la que traza el verbo y para ello me valgo solo del estado de concordia, de armonía, pudiera decirse. Ese estado es el que me refrena a las consideraciones alzadas al extremo. ¿Será falso? Puede, pero es evidente que no busca más que el latido profundo de lo interno.
Es una verdad interna, que ni siquiera necesita ser comunicada a nadie. Se vive en cada latido, en cada verde del campo, en cada roce de la piel con E., en cada noche surcada con el sueño. Se vive y puede revivirse en las obras de arte, en los objetos que recogen la reminiscencia de esa armonía primigenia; al leer, al contemplar una pintura, una escultura. El sumo placer de esta realidad es la música, pues ella soluciona la paradoja de la palabra para los hombres.
Incluida la literatura, a pesar de estar sometida a la tiranía del verbo, traslada ese sentir prístino del origen. Y eso es todo, nada más, y nada menos, lo que busca uno al leer un poema, un texto cualquiera. Nada de ofensas, de opiniones contrarias a la falsedad, de leer o escribir en la dirección contraria y la negación. Observo, aprendo lo que no quiero, cada vez más, distingo lo que detona en mí ese sentir y lo que no lo hace. Sin juicios extremos, sin menciones.
Tan solo trato de ser un hombre sencillo, humilde, lector en busca de la concordia personal que conduce a la concordia de la mortalidad.