sábado, 13 de diciembre de 2014

PUEDE que al final, en las últimas líneas de este diario, cuando decida cesar en el empeño de escribir en este trópico, cuando llegue el fin o el término o la última estación con el ahínco de tantos años, deje plasmadas las palabras del narrador de Niebla para contestarme a mí mismo: "no eres, pobre ..., más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto".
La secuencia final de este aserto es maravilla, el secreto de tu vida. Quizás la llamarada interna que provoca esta explosión de sílabas ante el papel. La continuación del fragmento es conocida y perturbadora, al estilo cervantino de desencajar los moldes con que razonamos la supuesta realidad. Así las cosas, ya lo hemos dicho en tantas ocasiones, este diario es relato, relato en el puro sentido del término; un relato engarzado con textos dispares, consonantes, fragmentarios, variados en su género y convención, pero, ¿qué son los hombres más que naturales paradojas? 

Después de algunos años he podido comprender la música de la prosa y su difícil dicción. Como un manso río, acaso como un lago quieto, el escritor comienza sus brazadas tratando de acompasar lengua y pensamiento hasta poder conjuntarlas en un texto unitario, cargado de sentido. Ir más allá, esto es, convertir la prosa en ritmo, acercar la prosa a las vestiduras de la poesía y de otras disciplinas es ardua tarea. Pero es cierto que la novela permite este juego de malabares, esta intromisión aquí y acullá en la tradición y la modernidad literaria al mismo tiempo. 

Sigo trabajando en los poemas. En otoño comienza el ciclo, cuando Perséfone se hunde y de ella tenemos solo un leve recuerdo de vida. Ahí comienza la poesía, a la busca de ese eco permanente desde lo oculto, hacia lo oculto.