jueves, 26 de febrero de 2015

HOMBRE  ácrono: poeta.

Estoy releyendo a Marcel Proust, Por la parte de Swann, con la intención de proseguir la lectura de En busca del tiempo perdido. Esta es una obra turbadora, una prosa que traspasa las lindes de la mera narración. El arranque de "Combray" ha quedado fijado en mi memoria como pocos pasajes: "Durante mucho tiempo, me acosté temprano". 
En las primeras páginas de este libro están condensados Pitágoras, Platón, Ovidio, Cervantes y Kafka y toda la teoría psicoanalítica del siglo XX en una mixtura portentosa y tremendamente atractiva. Además, por sobre todo, se levanta la imagen de un lector en la noche, más bien, en la duermevela, en esa estación marcada por Bécquer como el tiempo de la claridad creativa. Incluye Proust incluso una imagen onírica en que entrecruza su cuerpo con el de una mujer que surge de su propio cuerpo en una transformación de los amantes deliciosa, renovando así, con la imagen bíblica y el el paganismo de Ovidio, las vanguardias artísticas de comienzos del siglo veinte. 
La noche, la lectura, el orden del mundo mientras dormimos conduce al narrador a afirmar: "tenía tan solo la sensación de la existencia en su sencillez primordial, como la que puede vibrar en el fondo de un animal; estaba más despojado que un hombre de las cavernas, pero entonces el recuerdo [...] venía en mi ayuda desde lo alto para sacarme de la nada de la que no habría podido salir solo `...] recomponía poco a poco los rasgos originales de mi ser". 

Como la claridad del poeta Claudio Rodríguez, como la llegada del ángel de Rilke, como el paso de la amada en Dante, como la rosa ininteligible de J.R.J., como el delirio insonoro de Hölderlin, como el susurro fastuoso de Baudelaire, como la retama desaparecida de Leopardi...  delicioso  pasaje este de Marcel Proust que desprende una sensibilidad inaudita, una propuesta ética y estética perfectamente engarzada y coherente, armónica en todo caso. Líneas, lecturas ahora de un lector en la noche del día que lo recupera, también, a uno mismo, de esa oscuridad que lo contemporáneo esconde, de esa malversación estética que tanto me duele, de esa falta de naturalidad con que las cosas se nos muestran a los ojos y nunca vemos.  



martes, 24 de febrero de 2015

LA EMBRIAGUEZ  de totalidad ha sacudido a no pocos artistas de todas las disciplinas. En la poesía y en el arte de la palabra en general, ha sido una inclinación continuamente visitada por los que han querido demostrar la incapacidad de la palabra para decir en polifonía. Quizás esta es la tragedia íntima de la palabra y, por ende, del poeta, la monodia sometida del verbo. Frente a la música y frente a naturaleza, incluso, frente a la realidad misma, la palabra ofrece un ejercicio que aleja al hombre de esa pluralidad, del ser. En este acto de entendimiento, el poeta comienza a incardinar su palabra en la no palabra, esto es, en el silencio; y hace de su vida, la no vida, esto es , la soledad.  

Cuanto más ensimismado el poeta menos evocación habrá en su palabra. Puede que esto último sea una pandemia que atraviesa la lírica de estos años, pero, me preocupa mucho el que se comience a detractar esas cimas de la lírica que han tanteado el absoluto, la totalidad, con una propuesta que sacudió los resortes del propio género literario. Tanto es así que incluso los poetas que, en alguna ocasión, dirigieron su verbo, como afirmaba Hölderlin, "hacia lo incierto", comienzan a mostrar falta de entendimiento con sus propios actos pasados. Se entregan a la muchedumbre cuando predicaban la mansedumbre. 
Así las cosas, puede que uno vaya aprendiendo de lo pasajero del ser, de su efímera precisión en algo.  Esa embriaguez de totalidad ha dado frutos hermosos y permanentes, esto es, el Zaratustra de Nietzsche o los Cantos de Ezra Pound, incluso podemos añadir En busca del tiempo perdidos de mi cada vez más amado Marcel Proust. 
Esta mañana recuerdo las palabras de Montaigne: "Je ne peint pas l´être, je peint le passage", no pinto el ser, pinto el paso. Entre la sentencia y el acto creativo, quizás Montaigne estaba dirimiendo la posición ética que jamás debe abandonarse para la creación verdadera.



ESCRIBIR, escribir como el sonido
de una rueca incesante que eterniza
lo que resta del paso de tu vida.
Como un sueño metódico no somos 
nada tan vivamente en este mundo. 
[...]

domingo, 22 de febrero de 2015

ESCRIBIR, escribir como el sonido
de una rueca incesante que eterniza
lo que resta del paso de tu vida.
[...]

El campo, a pesar del frío, comienza a figurar ya un verdor primero. Ese brote ante la adversidad y el contratiempo es una diáfana manifestación de naturaleza que los hombres no terminan de comprender. Ensimismados, carcomidos por sus propias vanaglorias, retirados de lo que no entienden, justicieros ante los demás, ya solo va quedando el sonido interno del corazón. Sístole y diástole, el ejercicio coronario de la vida se va consumiendo. Y, en esa labilidad, las cosas comienza a adquirir la claridad primera. 
No es una manifestación de cansancio ni de rechazo ni de egolatría, antes al contrario, es un acto de honor y de fidelidad. Este, cuando surge de la verdad, no deja ningún rastro en la consciencia más que   el de la satisfacción. Así las cosas, de lo que antes costaba desprenderse, ahora lo hace uno con firmeza  e, incluso, con demasiado respeto. La educación estética es también un valor, claro está, que va ungido del individuo que desees proyectar en ti. 
Lecturas, poemas, palabras, la literatura va declinándose por los mismos cauces, dibujando caminos en la tierra sobre los que pasamos como una liviandad exultante. Casi no estamos en nada, casi no somos nada vivamente en este mundo. 

domingo, 15 de febrero de 2015

UN POETA debe dejar destellos de sus pasos, no evidencias, menos aún, pruebas.

Lo que llaman real queda acotado a lo que pueden imaginar que es real.

"Por eso, querido amigo, ame su soledad y aguante el dolor que le causa, con queja de hermoso son", Rilke, 16 de julio de 1903, Worpswede (Bremen), Briefe an einen junten Dichter.

"La lengua de las flores y de las cosas mudas", Charles Baudelaire, Les fleurs du mal.


jueves, 12 de febrero de 2015

ACTO DE FE. Hoy, al terminar de releer Cartas a un joven poeta de Rilke, hice, precisamente, lo que aconseja el autor de las Elegías:entré en mí mismo con dos antorchas: silencio y soledad. Hacia ellas voy como una luciérnaga.  
Al hacerlo, lo primero que pensé fue en la pureza, en la verdad que conforma la belleza, en el silencio nutricio y la soledad altamente sonora de lo ético, que no es más que la presencia estética humana.

Así las cosas, mi mayor acto de fe es seguir leyendo , solo, en mí mismo, sin decir nada más que lo que mi corazón acorde en silencio. Todo lo demás atrofia mi espíritu.  Mi ausencia no la notará nadie, pues nadie soy, pero mi presencia me dañaría en la consciencia poética del ser.  



lunes, 9 de febrero de 2015


TODA escritura es la construcción de la conciencia humana. Como en el Cratilo de Platón, dar nombre es despertar al espíritu hacia las músicas de los sueños y las fábulas. Por eso mismo, la poesía, el nombre dador y transformado, debe estar escrito desde esa consciencia. La historia de las lenguas consienten la historia de sus espíritus. Es más, todas conforman la historia del esp. tu"﷽﷽﷽﷽﷽ invisibilidad del espo, debe estar escrito desde esa consciencia. La historia de las lenguas consienten la historia díritu de la humanidad.  Con Hegel, el lenguaje es “la visible invisibilidad del espíritu”.  
Sin embargo, en el mismo ejercicio del lenguaje, en la edificación racional de la palabra existe un oscurecimiento y una dispersión de lo natural. Entre una y otra, entre conocer y reconocer, el círculo sonoro de la palabra poética. En términos de Hegel, "oímos nuestro ser". 

domingo, 8 de febrero de 2015

TROUBLE, con Baudelaire, se alzó a la categoría de turbación, disturbio, desorden como nunca antes se había desarrollado, al menos, en las letras francesas. Enlaza con el paganismo de Catulo y de Ovidio y, -mencionada en este diario-, con la sensualidad del Renacimiento. Pero había demasiado recato y reticencia moral todavía hasta la llegada impúdica de los versos de Baudelaire.  
De Baudelaire me fascina no solo la innegable capacidad lírica sino la concreción ética ante el mundo. Pocos poetas ofrecen con tanta nitidez para el lector una posición frente al mundo. Aceptada o no, compartida o renegada, es indudable. Y esto, en el campo de las artes, es la naturalidad y la verdad puestas en los ojos de los que solo terminamos siendo lectores. En puridad, compartimos esa pureza al poder vislumbrarla, esto es, esa verdad se edifica gracias a que el lector posee los elementos especulares para poder reflejarlas en él mismo.  
Después de haber releído las flores del mal lentamente, en otra edad, con otra carga vital, he comprobado cómo Baudelaire deseaba convertir el yo que evoca en nuestro propio yo, en ese profundo estado de duermevela que toscos evocamos en nuestra consciencia. Por este motivo, leer sus versos es despertar hacia lo incierto con la grata melodía de sus palabras. 

Este poeta descubre, de una vez pode todas, ante la sociedad industrializada, que el arte se enraíza en otros territorios alejados de la mera realidad, pues toda percepción de la realidad no termina siendo más que impostura y que, por lo tanto, un convencimiento en la impostura conduce a una impostura poética, por muy bien ejecutada que termine.  Desde Platón hasta el propio Nietzsche, decimos con él: " No amamos a otro; amamos las sensaciones agradables que otro nos suscita". 

Sin embargo, en esa percepción de la perversa belleza del mal, remontada al mito adánico, advertimos que la poesía puede embellecer, mediante la expresión poética, el elemento maligno que subyace en el mundo. Para ello, en la poesía no hay relato, no hay razón sintáctica, sino razones luminosas, como deseaba María Zambrano. Así, Baudelaire entiende que la ruptura no consiste en cambios superficiales de la gramática, la ortografía, la disposición verbal. Es más, no se aparta de la cadencia clásica y salmódica de la lírica con la virulencia de los que creen hallar en experimentos verbal e seda gracia escondida.  

Baudelaire aspira, por lo demás, a una unidad de todas las artes, con la que se consiga una percepción ultrasensible, que atraviese el umbral de intensidad y provoque un cambio, una transformación  de todos los entieso fundidos en uno. Anhelaba que se produjera una percepción del alma misma.

[...]
alma curiosa y singular que sufres
y buscas sin cesar tu paraíso
[...]  

jueves, 5 de febrero de 2015

DE PROFUNDIS, desde el abismo y el límite. ¿Qué otra opción cabe en este meditar de la palabra? Quizás la brevedad que anticipa un silencio sonoro, la de Séneca, la de Valéry, quizás la de Nietzsche. Es una síntesis que expande sus silencios hacía las palabras para reedificarías, pues cada una de ellas son más de lo que el poeta dice. He ahí la dificultad de lo breve, pues esta estética nace natural. El poeta agarra dos o tres o cuatro términos que, en sus manos, arden y abrasan. Apenas puede establecer su contorno. Cuando el poeta coloca las palmas de sus manos hacia arriba, tan solo tiene marcas, signos, huellas de esa incandescencia misteriosa. 

Ayer hablábamos de lo natural que tan ausente queda en la poesía de estos años. Lo natural asociado a  una verdad en la palabra, una verdad innegable para el lector, a pesar de estar recubierta de impulsos estéticos variados y distintos. Ya lo decía Aristóteles, la verdad puede ser dicha de muchas maneras y todas ellas son válidas si son auténticas.  
La época contemporánea se ha llenado de escritores que no leen y de críticos que quieren serlo ensalzando las obras de los mediáticos. Realmente, ese ecosistema de vanidades es legión. A uno solo le queda contemplar con calma desde lejos, sin inmiscuirse en las algarabías y las capillas literarias. Hay quien escribe pensando en que lo va a leer X y va a decir Y; y otros ni siquiera se plantean eso, pues entregan sus obras al censor para que este pode y quede el trabajo limpio y expurgado de influencias tóxico-literarias. No hay más que abrir los últimos libros que han publicado premios literarios para advertir la decadencia y la estafa, sin más ni más. Pobre del que tenga a estos señores por referencia de creación, bienaventurados los ciegos en la luz. 







martes, 3 de febrero de 2015

UNA de las características que más me fascinan del Renacimiento y del Barroco es la posición sensorial, de lo aparentemente sensorial. Todo el arte de esos siglos está cargado de sinuosas exuberancias epicúreas. Nunca antes se había incorporado lo sensorial con tanta vehemencia a las artes. El cuerpo de los hombres pasó de ser medida de todas las cosas, como quería Protágoras, a suntuosas representaciones vitales del paso del mortal por este mundo. Cualquiera que contempla una pintura, una escultura o lee un libro del momento queda fijado por la fructífera contraposición que en ellos se edifica. 
Así, las vanguardias quisieron recuperar ciertos aspectos de esta singularidad, pero carecían de los resortes platónicos y filosóficos para poder cuajar algo grande y significativo como sucedió en el Renacimiento y Barroco. 
Vivir otras épocas se convierte en una experiencia tan viva y real como la de convivir con tus contemporáneos. Por eso, cuando alguien afirma que uno debería leer a sus contemporáneos, siempre digo que así hago. Uno se hace contemporáneo de la época que desee y que muestre alguna enseñanza para este aliento y este soplo que es vivir. 

domingo, 1 de febrero de 2015

SIENTO que van desapareciendo demasiadas cosas a mi alrededor o quizás compruebo que no todo lo que consideraba vivir era la vida. Como un derrumbe fortuito, como un arenal interminable del que no conocía los límites, todo va enmarañándose y dejando su aparente silueta de verdad. No habitan en estas palabras melancolía alguna, ni siquiera anhelo del pasado, sino una profunda claridad de la luz sobre la vida. Me conformo apenas con el viento en el rostro, con la tierra en las manos, con la piel de las mujeres que amo. 
Concebimos la vida en un futurible perverso en el que nunca nada llega a su culmen. Si conseguimos esto anhelamos lo otro y si tuvimos lo otro hubiéramos querido esto. Puede que ser mortal, hombre en el cosmos, no sea más que circular por ese circuito finito cargados de solsticios de infinitud. Puede que vivir serenamente no sea más que ir desnudando esas ideas preclaras en nuestra mente y reducirlas a una misma cosa, a lo que deseamos y nunca seremos. 
En estas consideraciones, el arte va alcanzando una magnitud concreta. Puede que no sea el todo, pues resultaría una visión muy reducida. El arte, en concreto, la poesía, es magma de un solo volcán en una galaxia de volcanes. Un solo volcán potente, de erupción titánica para la mente de un solo hombre, pero insignificante para la dimensión de la humanidad. La poesía en un hombre solo puede ser vida, para la humanidad, mera circunstancia sin más. Entre una y otra se halla la virtud, ¿la encontraremos alguna vez? Pero, ¿qué es un hombre?