domingo, 1 de febrero de 2015

SIENTO que van desapareciendo demasiadas cosas a mi alrededor o quizás compruebo que no todo lo que consideraba vivir era la vida. Como un derrumbe fortuito, como un arenal interminable del que no conocía los límites, todo va enmarañándose y dejando su aparente silueta de verdad. No habitan en estas palabras melancolía alguna, ni siquiera anhelo del pasado, sino una profunda claridad de la luz sobre la vida. Me conformo apenas con el viento en el rostro, con la tierra en las manos, con la piel de las mujeres que amo. 
Concebimos la vida en un futurible perverso en el que nunca nada llega a su culmen. Si conseguimos esto anhelamos lo otro y si tuvimos lo otro hubiéramos querido esto. Puede que ser mortal, hombre en el cosmos, no sea más que circular por ese circuito finito cargados de solsticios de infinitud. Puede que vivir serenamente no sea más que ir desnudando esas ideas preclaras en nuestra mente y reducirlas a una misma cosa, a lo que deseamos y nunca seremos. 
En estas consideraciones, el arte va alcanzando una magnitud concreta. Puede que no sea el todo, pues resultaría una visión muy reducida. El arte, en concreto, la poesía, es magma de un solo volcán en una galaxia de volcanes. Un solo volcán potente, de erupción titánica para la mente de un solo hombre, pero insignificante para la dimensión de la humanidad. La poesía en un hombre solo puede ser vida, para la humanidad, mera circunstancia sin más. Entre una y otra se halla la virtud, ¿la encontraremos alguna vez? Pero, ¿qué es un hombre?