martes, 24 de febrero de 2015

LA EMBRIAGUEZ  de totalidad ha sacudido a no pocos artistas de todas las disciplinas. En la poesía y en el arte de la palabra en general, ha sido una inclinación continuamente visitada por los que han querido demostrar la incapacidad de la palabra para decir en polifonía. Quizás esta es la tragedia íntima de la palabra y, por ende, del poeta, la monodia sometida del verbo. Frente a la música y frente a naturaleza, incluso, frente a la realidad misma, la palabra ofrece un ejercicio que aleja al hombre de esa pluralidad, del ser. En este acto de entendimiento, el poeta comienza a incardinar su palabra en la no palabra, esto es, en el silencio; y hace de su vida, la no vida, esto es , la soledad.  

Cuanto más ensimismado el poeta menos evocación habrá en su palabra. Puede que esto último sea una pandemia que atraviesa la lírica de estos años, pero, me preocupa mucho el que se comience a detractar esas cimas de la lírica que han tanteado el absoluto, la totalidad, con una propuesta que sacudió los resortes del propio género literario. Tanto es así que incluso los poetas que, en alguna ocasión, dirigieron su verbo, como afirmaba Hölderlin, "hacia lo incierto", comienzan a mostrar falta de entendimiento con sus propios actos pasados. Se entregan a la muchedumbre cuando predicaban la mansedumbre. 
Así las cosas, puede que uno vaya aprendiendo de lo pasajero del ser, de su efímera precisión en algo.  Esa embriaguez de totalidad ha dado frutos hermosos y permanentes, esto es, el Zaratustra de Nietzsche o los Cantos de Ezra Pound, incluso podemos añadir En busca del tiempo perdidos de mi cada vez más amado Marcel Proust. 
Esta mañana recuerdo las palabras de Montaigne: "Je ne peint pas l´être, je peint le passage", no pinto el ser, pinto el paso. Entre la sentencia y el acto creativo, quizás Montaigne estaba dirimiendo la posición ética que jamás debe abandonarse para la creación verdadera.



ESCRIBIR, escribir como el sonido
de una rueca incesante que eterniza
lo que resta del paso de tu vida.
Como un sueño metódico no somos 
nada tan vivamente en este mundo. 
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