"CUANDO el oído es capaz de escuchar, entonces vienen los labios que han de llenarlos con sabiduría". Cuando el individuo es poeta verdadero entonces es entiende la correspondencia armónica de la poesía y el mundo.
Releo, después de varios años, el tex
to de Longino titulado De lo sublime. Al final de este breve pero intenso volumen descabalado puede el lector encontrarse con la siguiente afirmación: "Vine a decirle, en resumen, que la perdición de los talentos actuales se debe a la superficialidad en que pasamos la vida, pues solo trabajamos y estudiamos por la alabanza y el placer, no por un motivo digno de emulación y respeto".
En efecto, cuando preguntan a los escritores actuales por su trabajos como tales las respuestas no hacen más que colmar ese placer egotista y esa cumbre de alabanzas que tanto hincha la vanagloria. Ninguno responde atendiendo a las cuestiones de emulación y respeto al arte, a la tradición, al discurso del ser.
No sé si solo la superficialidad de la vida actual es la causa de esta ausencia, pienso que la transformación es más profunda y que los individuos están relamidos por las llamas de la ignorancia que es aplaudida por los que son igualmente ignorantes.
El poeta percibe, como Rilke, como Leopardi, unos labios que van llenado, como quería Bécquer, con sabiduría su discurso. La poesía siempre ha sido una revelación del ser edificada con los razonamientos luminosos de la palabra, no con los parámetros contemporáneo de la poesía. Son materia de la nada y, por tanto, no se incordian en la sentencia del Tiempo en la poesía.
Las contemplaciones nacieron de la plural mirada al mundo. Cada una de ellas, todas en mí, proponen un ser complementario que columbra una razón para el ser, quizás una causa originaria. El sosiego, la respiración, el arte verdadero, el amor me conducen hacia ese centro indudable. Tanto más cerca, tanto más incomprensible. Cada vez que trato de acercar la mano a su fuego desaparezco. cada vez que escribo sobre su naturaleza dejo de ser para ser.