De un tiempo a esta parte, todo se transparenta con más vehemencia en mi
vida. Con esta cosmovisión, las cosas nimias han dejado de importarme por
completo así como las personas que las pronuncian. Ya no actúo con decoro
cuando alguna situación me resulta ridícula, antes al contrario, me evado con
celeridad. Ya no permito que los días perpetren un hastío y una zozobra,
prefiero las convicciones sometidas a un juicio continuo. Ni siquiera considero
más elevados unos pensamientos que otros a no ser que de partida sean
inaceptables. En cuanto a la literatura, cada vez se hace más grande en menos
autores.
***
Cuando Unamuno sentencia que
no cabe amar sin conocer y que es imposible conocer sin amar, me acuerdo de los
versos de san Juan de la Cruz. En latines de Unamuno, Nihil cognitum
quin praevolitum. Estas palabras las escribe Unamuno cuando afirma que
necesita explicar lo que explica el mundo en Tratado del amor de Dios:
“Con la razón no se llega a Dios, se llega a la idea de Dios”, reza uno de los
pasajes más enfervorecidos. Aquí cierro el libro y me quedo palpitante,
meditabundo, intentando proyectar las ideas hacia sus esencias y comprobando
que vivo en un mundo fingido, apenas comprendido, sobre el que soporto las
proyecciones del yo que me invade, pero del que dudo que conozca sus sustancia.
Hay que levantar las miras para hacer algo grandioso, hay que atender a
las convicciones y no a las sucedáneas disposiciones. La literatura no puede,
como la ciencia, andar a hombros de gigante, es decir, comenzar donde otros lo
dejaron, pero sí puede surgir desde donde todos comenzaron, desde donde el
hombre es uno, en plenitud, completo, con todas las virtudes que lo atraviesan
y todas las manías que lo conforman. En ese espacio comunitario de la especie
es de donde la literatura, y en especial, la poesía, comienza a urdir una obra
trastocadora, porque cuando las palabras que nos hacen desde lo profundo son
reformuladas, nos estamos rehaciendo a nosotros mismos al completo. Decir de
allí, en ese espacio, es decir lo que fuimos siendo en el será.
***
Exactamente lo que preconiza El libro de las mutaciones, el
milenario volumen que tantas enigmas espirituales plantean desde comienzo: “El
curso de lo creativo modifica y forma a los seres hasta que cada uno alcanza la
correcta naturaleza que le está destinada y luego los mantiene en concordancia
con el gran equilibrio”. Estas palabras, referidas al primer signo, Lo
creativo, sostienen algunas de las cuestiones sobre las que escribo hoy. La
creación como un inicio de lo correcto a través de la perseverancia. En esa
perseverancia, el creador alcanzará, si su virtuosismo lo hace posible, un
equilibrio perpetuo, una armonía con el mundo. Estamos ante una de las
definiciones de qué es la poesía más prodigiosa.
Por otro lado, el efecto de ordenar el espíritu y el mundo que sucede en el exterior debe obtener su resultado en el mundo interior del escritor. Asimilado el orden del mundo, es posible hacerlo de uno mismo, pues tendremos conciencia de que pertenecemos a una esfera superior, a un orden extraordinario que nos acoge. Somos una nota en el pentagrama, un sonido que encuentra su armonía, una estrella que pertenece a una galaxia. Desde la conciencia de la mortalidad y de la finitud, podremos alcanzar con la literatura la grandeza de las palabras que nunca deberán pronunciarse.
Por otro lado, el efecto de ordenar el espíritu y el mundo que sucede en el exterior debe obtener su resultado en el mundo interior del escritor. Asimilado el orden del mundo, es posible hacerlo de uno mismo, pues tendremos conciencia de que pertenecemos a una esfera superior, a un orden extraordinario que nos acoge. Somos una nota en el pentagrama, un sonido que encuentra su armonía, una estrella que pertenece a una galaxia. Desde la conciencia de la mortalidad y de la finitud, podremos alcanzar con la literatura la grandeza de las palabras que nunca deberán pronunciarse.
Esta tentativa infinita de
escribir que se despliega en el blanco ha sido una metáfora constante de la
sombría presencia de las palabras. Negro sobre blanco, sombra sobre luz, a
pesar de que la filosofía oriental traslade los símbolos de forma distinta a
occidente y prefiera fijarse en las sombras y no en la luz. A pesar de todo,
prefiero atender a la mezcolanza de ambas fuerzas, a la doble dimensión de la
propia lengua, pensamiento y realidad, fenómeno y noúmeno. Creo que, en esa
lucha interna que es connatural a la propia lengua, el ritmo y la armonía de
los contrarios es la cúspide de la belleza. Cuando alguien logra armonizar su
lengua, repleta de magmas internos que expulsan incontrolables significados,
está alcanzando la belleza y acaso la verdad. Porque la verdad sólo puede ser
dicha en de la belleza.