LA MESA presenta una pila de libros adocenados como torre o sarmiento de campo. Poesía, ensayo, narrativa. Cada vez más libros que no pertenecen a un género literario determinado, antes al contrario, me apasionan los volúmenes escritos sin brújula ni prejuicios. De Boswell admira uno esa matriz de alcoba en su mirada para traernos al doctor Samuel Jhonson en carne viva. Ante esa vitalidad intelectual paso a Marco Aurelio recluido en Vindobona ante el crujir del paso de sus hombres y la claridad estoica de su palabra hecha individuo.
Escribo, tomo notas, cada vez más breves y personales. Subrayo un recurso de estilo que hace que el texto se transforme en lucidez y anoto, para copiar e imitar, los rasgos de escritura de los autores que admiro.
Del ejercicio de escribir puede que la primera lección resulte de la brevedad y la concisión. La madurez y el tiempo conducen al sosiego y la selección. Al tener la consciencia de la finitud más iluminada la palabra se empequeñece y humilla hasta casi desaparecer. Nombrar es ya un ejercicio de permanencia en el tiempo y esa situación es la vida misma despojada de todo, siendo todo.