“Una noche preñada de aurora”, dice Fernando Ossorio en mitad de la secuencia cuarenta y tres. Rápidamente anoté en las páginas traseras del libro esta sentencia, me parecía idónea para titular una entrada referida al libro de Baroja que estaba leyendo. Idónea porque todo lo que se esconde en la cabeza de Ossorio permanece como una noche que restalla de pronto en un diálogo con otros personajes dejando a la luz sus evidentes inquietudes, su aurora escondida.
Terminé el camino, Camino de perfección (Pasión mística), de Pío Baroja. Mucho se ha hablado ya, y en esta bitácora también, del inicio de una nueva forma de hacer novelas a partir de 1902, año de la publicación de La Voluntad, de Azorín, Amor y pedagogía, de Unamuno, Sonata de otoño, de Valle-Inclán y la obra de marras, Camino de perfección (Pasión mística), de Baroja.
Demasiadas son las conexiones entre la obra de Azorín y la de Baroja, sobre todo en el desarrollo de la trama y de la evolución anímica de los protagonistas. Esta íntima relación la estableció magníficamente José Carlos Mainer en La Edad de Plata y a ella remito para quienes degusten percibir con nitidez y curiosidad esas arterias que conectan una y otra obra. Sin ánimo de ser exhaustivo, sino de compartir lo más destacado de mi lectura, debo decir primeramente que la obra de Baroja me ha gustado y además me ha llevado a levantar más de una carcajada en no pocos pasajes.
Este libro es el tercero de una trilogía titulada La vida fantástica, los otros dos son Aventuras, inventos y mistificaciones de Silvestre Paradox y Paradox, rey, a pesar de que las historias son absolutamente independientes.
El libro está dividido en sesenta secuencias. Desde el inicio, Fernando Osorio se muestra como un hombre puramente del 98, esto es, un desenfadado de la vida, alter ego de don Pío, un inconformista que se debate a diario entre los preceptos que impone la sociedad burguesa y los que bullen por sus adentros. Por ello el título prefigura muy bien lo que ocurrirá en las páginas siguientes, ya que para escapar de esa sumisión a la que está sometido su espíritu decide viajar, refugiarse en el fluir de los días. Sin embargo, nunca dejan de asomarse por la vida de Ossorio las pasiones carnales, bien en las carnes de su tía Laura, bien en las de sus propias primas. No en vano termina casado con una prima lejana, Dolores.
En este camino me resulta fundamental el encuentro que tiene con Schultze, un alemán con el que dialoga sobre los puntos clave de su vida; estos diálogos están impregnados de toda la filosofía de Nietzsche y en estos diálogos se enjuaga gran parte del porvenir de Ossorio. Son ellos un reflejo de las preocupaciones que palpitan en el interior del personaje y de una demostración a las claras del combinado terapéutico que poseen los diálogos en esta obra en concreto. Si debiera decir lo más altivo y sensato de esta obra subrayaría los diálogos: magníficos, cervantinos, profundos, inevitables para esta obra.
La referencia a la Religión como la “gran mentira” y a los curas como gañanes y tremebundos son constantes, y en ocasiones de cierta jocosidad. Recuerdo el episodio con un escolapio joven que intenta catequizarle; los diálogos no tienen desperdicio alguno. De las monjas dirá literalmente el personaje: “Sí, son casi todas zafias y sin educación alguna…”.
Es un doble viaje el que realiza el protagnista, un viaje físico que lo lleva de Yecla a Toledo, para terminar en Barcelona; y un viaje espiritual, interior. Aunque también es verdad que el subtítulo de la obra, “Pasión mística”, obedece a intenciones paródicas y más o menos laicas. La pasión mística no es tal pasión más que el enfrentamiento entre los placeres mundanos y sus aspiraciones de pequeño filósofo alicaído.
La obra se va leyendo como si fuésemos en una carreta; unos tramos están perfectamente trazados en el camino, otros se dejan llevar por el descuido y la imprecisión. Hay un uso muy particular de la puntuación, sobre todo del punto y coma, y un manejo de los párrafos que no deja de ser sorprendente. Incluido el uso dativo del pronombre "se" en una oración de este calibre: "Ossorio se desayunaba". Todo lo contrario a Azorín cuya escritura se diluye en la perfección arquitectónica de la lengua. No por ello la obra, y me extiendo al cómputo de su novelística, deja de estar bien escrita, o por lo menos bajo el hechizo de un estilo personal, que no es poco. Se ha escapado algún que otro laísmo (que para una edición de 2004 me resulta significativo) y se ha colado alguna que otra errata en esta edición de Alianza que he manejado.
Nada de importancia frente a la magnitud de una obra que me ha hecho disfrutar y entender aún más el germen de una generación, del 98, (llamémosla así, pardiez) y de una forma nueva de hacer literatura alejada de naturalismos innecesarios y de realismos moralistas.
Terminé el camino, Camino de perfección (Pasión mística), de Pío Baroja. Mucho se ha hablado ya, y en esta bitácora también, del inicio de una nueva forma de hacer novelas a partir de 1902, año de la publicación de La Voluntad, de Azorín, Amor y pedagogía, de Unamuno, Sonata de otoño, de Valle-Inclán y la obra de marras, Camino de perfección (Pasión mística), de Baroja.
Demasiadas son las conexiones entre la obra de Azorín y la de Baroja, sobre todo en el desarrollo de la trama y de la evolución anímica de los protagonistas. Esta íntima relación la estableció magníficamente José Carlos Mainer en La Edad de Plata y a ella remito para quienes degusten percibir con nitidez y curiosidad esas arterias que conectan una y otra obra. Sin ánimo de ser exhaustivo, sino de compartir lo más destacado de mi lectura, debo decir primeramente que la obra de Baroja me ha gustado y además me ha llevado a levantar más de una carcajada en no pocos pasajes.
Este libro es el tercero de una trilogía titulada La vida fantástica, los otros dos son Aventuras, inventos y mistificaciones de Silvestre Paradox y Paradox, rey, a pesar de que las historias son absolutamente independientes.
El libro está dividido en sesenta secuencias. Desde el inicio, Fernando Osorio se muestra como un hombre puramente del 98, esto es, un desenfadado de la vida, alter ego de don Pío, un inconformista que se debate a diario entre los preceptos que impone la sociedad burguesa y los que bullen por sus adentros. Por ello el título prefigura muy bien lo que ocurrirá en las páginas siguientes, ya que para escapar de esa sumisión a la que está sometido su espíritu decide viajar, refugiarse en el fluir de los días. Sin embargo, nunca dejan de asomarse por la vida de Ossorio las pasiones carnales, bien en las carnes de su tía Laura, bien en las de sus propias primas. No en vano termina casado con una prima lejana, Dolores.
En este camino me resulta fundamental el encuentro que tiene con Schultze, un alemán con el que dialoga sobre los puntos clave de su vida; estos diálogos están impregnados de toda la filosofía de Nietzsche y en estos diálogos se enjuaga gran parte del porvenir de Ossorio. Son ellos un reflejo de las preocupaciones que palpitan en el interior del personaje y de una demostración a las claras del combinado terapéutico que poseen los diálogos en esta obra en concreto. Si debiera decir lo más altivo y sensato de esta obra subrayaría los diálogos: magníficos, cervantinos, profundos, inevitables para esta obra.
La referencia a la Religión como la “gran mentira” y a los curas como gañanes y tremebundos son constantes, y en ocasiones de cierta jocosidad. Recuerdo el episodio con un escolapio joven que intenta catequizarle; los diálogos no tienen desperdicio alguno. De las monjas dirá literalmente el personaje: “Sí, son casi todas zafias y sin educación alguna…”.
Es un doble viaje el que realiza el protagnista, un viaje físico que lo lleva de Yecla a Toledo, para terminar en Barcelona; y un viaje espiritual, interior. Aunque también es verdad que el subtítulo de la obra, “Pasión mística”, obedece a intenciones paródicas y más o menos laicas. La pasión mística no es tal pasión más que el enfrentamiento entre los placeres mundanos y sus aspiraciones de pequeño filósofo alicaído.
La obra se va leyendo como si fuésemos en una carreta; unos tramos están perfectamente trazados en el camino, otros se dejan llevar por el descuido y la imprecisión. Hay un uso muy particular de la puntuación, sobre todo del punto y coma, y un manejo de los párrafos que no deja de ser sorprendente. Incluido el uso dativo del pronombre "se" en una oración de este calibre: "Ossorio se desayunaba". Todo lo contrario a Azorín cuya escritura se diluye en la perfección arquitectónica de la lengua. No por ello la obra, y me extiendo al cómputo de su novelística, deja de estar bien escrita, o por lo menos bajo el hechizo de un estilo personal, que no es poco. Se ha escapado algún que otro laísmo (que para una edición de 2004 me resulta significativo) y se ha colado alguna que otra errata en esta edición de Alianza que he manejado.
Nada de importancia frente a la magnitud de una obra que me ha hecho disfrutar y entender aún más el germen de una generación, del 98, (llamémosla así, pardiez) y de una forma nueva de hacer literatura alejada de naturalismos innecesarios y de realismos moralistas.
"La voluntad" de Azorín fue un libro que me sedujo hace más de veinte años y todavía lo recuerdo con placer. De ahí pasé a las otras dos obras suyas que conforman la trilogía: "Las confesiones de un pequeño filósofo" y "Antonio Azorín". Dejé para más adelante "Camino de perfección", que encontré (la misma edición que tienes en la fotografía de la entrada) no sin discutir con más de un librero que negaba la paternidad barojiana, pues la confundían con la obra homónima de Santa Teresa. Como aún no la he leído, quiero preguntarte algo. Recuerdo una escena tremenda de "La voluntad":
ResponderEliminarel traslado del ataúd de un niño por las callejas de Toledo. Si no recuerdo mal, esta escena la presenció Azorín junto a Baroja, en un viaje que hicieron a esta ciudad en 1902. ¿Es cierto que está recogida también en "Camino de Perfección"?
Saludos.
Gracias por tus comentarios, Antonio, siempre tan certeros y saludables, en el sentido etimologico del término. Las otras obras de Azorín a las que te refieres no me parecen que estén a la altura de "La Voluntad", pero son igualmente interesantes y sabrosas, ya que la prosa de Azorín es un espectáculo en sí mismo.
ResponderEliminarEfectivamente, el título de Baroja es un claro juego irónico con respecto a la obra de la Santa amiga de San Juan. Como he dejado escrito, el camino de perfección es "sui generis", más aún la "pasión mística".
Toledo es una de las ciudades capitales en la obra de Baroja, ella simboliza el epicentro del mundo religioso, una especie de microcosmos místico al que llega el protagonista y del que sale totalmente desilusionado.Llega a Toledo en la secuencia veinte, por el puente de Alcántara, y allí conoce a uno de los curas más peculiares del libro, don Manuel; junto a él, un cura "volteriano", don Pedro Nuño.Hablando con ellos llegará a decir el narrador de Ossorio: " Toledo no era ya la mística ciudad soñada por él, sino un pueblo secularizado, sin ambiente de misticismo alguno". También tilda al cardenal de "baudeleresco", cosa genial.
No recuerdo que durante su estancia en Toledo, el protagonista viviera esa escena. Aunque justo al final de la obra, cuando ya está casado con Dolores, después de zurarle a un pretendiente rompiéndole un bastón en la mollera, hace referencia a una hija que tuvo y que murió muy pronto, siendo bebé. Es realmente estremecedora, y en todo caso, a lo mejor resume en ella esa escena que vivió junto a Azorín.
Gracias, Antonio y saludos miles.
Magnífica, como siempre, tu reseña, Tomás.
ResponderEliminarAprovecho para comentarte que ayer comí con Juan Luis Luengo; salió tu nombre y hablamos de ti. Como no podía ser de otra forma, guarda muy gratos recuerdos de ti y te manda saludos.
Muchas gracias, Juan Antonio, por tus palabras. No sabes cómo me alegra escuchar de nuevo el nombre de Luengo Almena, Juan Luis. yo sí que guardo excelentes recuerdos de sus clases; en todo caso, establecimos una relación epecial, no sé cómo, pero las clases siempre iban más allá del horizonte que nos enmarcaba. Compartíamos lecturas, inquietudes e incluso una cierta manera de afrontar las lecturas muy parecida. Todo un lujo para esos momentos.Por favor, nu dejes de saludarlo de mi parte y de decirle que tan gratos o más son los míos.
ResponderEliminarSaludos de nuevo y gracias miles.