jueves, 6 de junio de 2013

ÚLTIMAMENTE leo de noche, bien entrada la madrugada y escribo de día, en la mañana, recién levantado. Han cambiado los hábitos pero eso no me supone ninguna discordia con la esencia de la lectura y de la escritura. Sin embargo, es muy cierto que cuando uno lee de noche se suma a los textos un silencio, el borde de un abismo que antes no había apreciado lo suficiente. 

Esta madrugada terminaba de leer algunos pasajes del libro de Simmel, Roma, Florencia, Venecia. Con una lucidez soberbia, con una prosa limpia y elegante a un tiempo, Simmel diserta sobre las bellezas que estas ciudades ofrecen a los ciudadanos. El libro, sin duda, desborda lo meramente circunstancial y se incardina en disquisiciones estéticas sobre la belleza misma como consciencia del individuo en el mundo. Dice Simmel: "las cosas son lo que para nosotros signfican, realmente son más en Roma que en cualquier otro lugar y de lo que serían sin el enriquecimiento mutuo al dar lugar el hecho de que Roma las abarca como unidad".

Al referirse a Roma, la idea central es la de la diversidad en la undad y el origen. Existe una asociación entre la ética vivida por el que contempla y la estética de las ciudades. Afirma el pensador, el maestro de Ortega: "Pues del mismo modo que la grandeza de los grandes hombres es la de no ser unívocos, sino ser especialmente inteligibles para cualquiera y contribuir a que cada uno se supere a sí mismo en la dirección propia de su ser, así Roma [...]". 

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Cuando el lector que se enfrente a las páginas dedicadas a Florencia no puede dejar de pensar en la afirmaciones de María Zambrano, "Florencia es la ciudad azul". Simmel principia el breve artículo con un párrafo prodigioso que, como advierte el lector, va más allá de la propia ciudad, va hasta la sustancia de la belleza sitiada, a saber:

"Desde el momento en que se descompone la unidad de sentido vital de la Antigüedad en dos opuestos -la naturaleza y el espíritu-, desde que la clara existencia inmediata se enajena y contrapone al mundo del espíritu y de la interioridad, desde ese mismo momento se plantea un problema omnipresente en la modernidad, ya sea en forma de toma de conciencia de esta visión, ya sea en forma de toma de conciencia de esta división, o en el intento de reconstruir una unidad con ambas partes de la vida".

Este párrafo de Simmel equivale a todo un tratado filosófico. Conviene releerlo con detenimiento, intentando otorgar a cada término su significación y sentido más profundos. "Unidad", "Antigüedad", "opuestos", "naturaleza y espíritu", "existencia inmediata", etc. términos, giros, expresiones que me pausan demasiado el avance de la lectura. En cada una de ellas escribo al margen una glosa, una apreciación, una somera huella como ser que responde ante un estímulo. En esas pequeñas respuestas, -reservadas, silenciosas-, me siento muy vivo, pues hay toda una vida de escritura al margen silenciosa y en soledad, tan solo en la armonía de un libro cerrado. Ya para uno, Florencia, con Simmel, es el hogar del alma, la unidad que "aunque llena de misterios puede verse con los ojos y tocarse con las manos".