miércoles, 26 de noviembre de 2014

NO debería uno dejar pasar ciertos momentos sin antes tildarlos con un asombro eventual o de resguardarlos, aunque sea en la memoria, en la escurridiza memoria. Como escribe Patrick Modiano, al comienzo de Flores de ruina: "Aquella tarde de domingo de noviembre, yo estaba en la calle 
L´Abbé-de-l´Épée". Este arranque deja el acontecimiento en un estado fuera del tiempo. Es ya siempre en la ficción, en cada acto de lectura por parte del lector. Cuando un lector comience, -como yo hace unos minutos-, a leer este relato el narratario volverá a estar allí configurando ese yo que nombra personal e indiscutiblemente real. El allí volverá a ser allí, la tarde, el domingo, todas las tardes y todos los domingos de noviembre. El lector formará parte, casi sin notarlo, del acontecimiento mágico de la ficción. 
Ahora acaba de comenzar una lluvia templada que cae con ritmo de pájaro sobre el asfalto. la escucho, la vuelvo a escuchar. E. me mira y me pregunta, se queda extrañada con estos gestos. Cuando se detiene, concentro mi atención en el libro de Hofmannsthal. Lo abro, claro está, por algunos poemas que siempre he tenido marcados. El breve poema que se titula "Poeta y presente" asoma el primero en cuanto abro el volumen. Leo y repito el verso en voz alta: 
"Somos tu ala, oh tiempo, y te mantenemos sobre el caos". 
Casi susurrando subo las escaleras de casa con E. en brazos, llora porque está cansada pero su llanto me reconcilia con el mundo. Es un llanto primigenio,  de natural condición y origen. Todos lloramos, aunque no ofrezcamos lágrimas. Es imposible no hacerlo al leer este verso del poeta, como lo es para E. cuando su cuerpo desea rendiste al sueño. Sueño, sombras, llanto.