HACÍA MUCHO que no leía un libro de poemas de un autor nacido en los años 80 que me hubiera gustado tanto, con el que tanto he disfrutado leyendo. Desde el comienzo, percibe uno la presencia de poesía: Homero, Hölderlin, Quevedo, Machado y otras voces fundamentales enredadas con la voz propia que florece.
Una estructura compositiva sinfónica, a la manera musical: un poema del que surgen otros poemas, la arquitectura toda, versos de los que se desarrolla el itinerario versal y pensativo del libro: "Vivir es defenderse de la vida", "El que miras las olas ya ha vencido el naufragio", "La tumba de los besos tuvo nombre", "Los pasos de la ausencia dejan de sed en los labios", "Sin olvidar el cuarzo negro de la mina diaria, lo marchito y oscuro que ya está en las semillas", "Frente al tiempo recobrado", "Heraldo del dolor traigo por nombre", "Las alas de una alondra madrugando".
Título sugerentes, de gran carga semántica y plurisignifcación y de un decir con música del idioma.
Percibe uno la música del verso, un meditado decir en los poemas, una propuesta diáfana y templada de la poesía en su tiempo. He gozado y disfruto con este libro de David Rey Fernández, allá en el norte, allá en la lluvia perdida del mar en los labios, con la lectura de Las alas de una alondra madrugando (Hiperión, 2009).
VI
Porque el amor tiene también su olvido
y el recuerdo de haber perdido algo.
Quedan cenizas, sobre el mar, temblando.
Y vuelvo a Quevedo toda la mañana, la mañana junto a E. con el libro en la mano, abierto, como el consejero imperturbable que marca el cauce de la vida, de la vida invisible. Este poema de Quevedo es una recurrencia en mis lecturas, noto al poeta liberado, suelto de estrofas, con verso meridiano y decir meditabundo. Un ejercicio creativo de diálogo estoico con la vida, puede que la posición que uno va adquiriendo, de hinojos, poco a poco ante la vida:
"Nací desnudo, y solos mis dos ojos
cubiertos los saqué, más fue de llanto.
Volver como nací quiero a la tierra;
el camino sembrado está de abrojos;
enmudezca mi lira, cese el canto;
suenen sólo clarines de mi guerra,
y sepan todos que por bienes sigo
los que no han de poder morir conmigo,
pues mi mayor tesoro
es no envidiar la púrpura ni el oro,
que en mortajas convierte
la trágica guadaña de la muerte."
[...]