Con Glenn Gould mantengo una admiración desmedida, lo mismo que con el escritor Thomas Bernhard quien, en efecto, me descubrió por entero la dimensión de este intérprete hecho música, hecho piano él mismo en una sola figura. Tararea Gould, en una suerte de heterodoxia, la partitura mientras ejecuta la composición, podríamos decir, en una paráfrasis religiosa, que con Gould la música fluye en cuerpo y alma.
Algo parecido siento al leer mientras la vida sucede. Dice Valle-Inclán en "exégesis trina": El enigma bello de todas las cosas es su posibilidad para ser amadas infinitamente". Valle reformula en "La lámapara maravillosa" los principios tácitos y permanentes de nuestra cultura platónico-cristiana, lo bueno es bello y verdadero; y, añado más, lo bueno y bello es reconocible por su cualidad de Verdad.
Sucede con los individuos, puede uno atisbar de qué sustancia están hechos. Toda vez que los prejuicios se clarifican, queda el hacer del individuo frente a los otros y, como decimos en este diario, su palabra, porque entendemos que decir es acción.
F. lo revuelve todo, trata de distraerme al paso de las páginas, toca con furia las teclas negras del teclado, se revuelve a cada paso para recordarme que sigue aquí, conmigo, todo él.
Y mientras todo sucede y ocurre y acontece el discurso de la literatura va advirtiendo las líneas del tiempo del que no debemos despegarnos, del paradigma de bondad y belleza que las páginas de Valle, escritas a pulso de maestro, ejecutadas en la armonía semántica más procaz, dictan al corazón.
"Amar es comprender", sentencia en mitad del breve texto sentencioso. Y esa idea que es ya acción la tarareo como Glen Gould tocando el piano, no, haciéndose Bach él mismo en cada pentagrama de vida que va orquestando con el enigma de lo bello.