viernes, 10 de noviembre de 2017

Quevedo en Horacio, Baudeliare describe el grial de Wagner y Liszt recuerda cuando tocó ante Beethoven. Leopardi con Montaigne.

Retirado en la paz de estos desiertos, escribió Quevedo, para edificar la imagen del poeta que vive en el mundo de la poesía que, en última instancia, no deja de ser una vivencia plena en el interior del aeda. 
La poesía es, a un tiempo, recuerdo y leyenda. Leo el texto de Baudelaire sobre Wagner en El arte romántico, el poeta francés determina la inmensidad de los espacios interiores, del espíritu peregrino que anhela los espacios sagrados de vasto vaso de la inmensidad. En ese espacio se produce una poética, la misma que Leopardi canta, de molde en poesía, ante el infinito. 

Podríamos decir que el éxtasis consiste en una vida sin acción, sin recuerdos, en que todo sucede en una suerte de aleph. La fusión interna conduce a la inmensidad interna. Y, en ella, el poeta encuentra un renovado estar para la palabra: libre de símbolos, la palabra poética que brota de la inmensidad interior nombra como dadora de realidad, reconfigura la realidad. 

Termino de leer Arte poética de Horacio o, en otras palabras, Epístola a los pisones: "Escritor sigue la tradición o crea algo que tenga coherencia", subrayo entre tantas otras cuestiones y sentencias  que me despierta interés. 

Apartado, como gustaba a Montaigne, de todo; alejado de aquello que trata de ser literatura pero que no se alza más que en chiflada ociosidad de este tiempo, contemplo. Y medito, con parsimonia, también con benevolencia. 

La noche precipita la idea de que existe una armonía en un momento de la vida que se desarrolla en nuestros días y que si nos adherimos a ella y la escuchamos y nos incorporamos a su timbre y volumen la poesía adquiere el cariz de mito personal en el alumbre de la inmensidad.