Si en la actuación práctica hay dos grados de compromiso, según Aristóteles en su Ética a Nicómaco, en su Política y con Quintiliano, puedo entender ahora muchas cosas a las que no sabía otorgarles un ángulo de interpretación. Por un lado, está el juego (ludus, otium, schola) y por otro, la ocupación seria (negotium). Confundirlas es lo habitual, a no ser que el escritor conciba, desde el principio, el asunto como negotium.
Esto casa perfectamente con lo que vengo defendiendo de un tiempo a esta parte: el poeta (el escritor) comienza jugando con la nueva manera de entender el mundo, ya que reconocer en uno mismo que aprehende la realidad, en un sentido lato, bajo otros parámetros, en este caso, lingüísticos, supone un enturbamiento inicial. Luego viene la calma, el temple, la meditación, y se hace uno poeta. No es que al principio no surjan buenos tanteos, buenos acercamientos, lo que ocurre es que luego se produce el acercamiento en sí y la cosa se pone tan difícil que queremos que la palabra sea la cosa misma.
Esto casa perfectamente con lo que vengo defendiendo de un tiempo a esta parte: el poeta (el escritor) comienza jugando con la nueva manera de entender el mundo, ya que reconocer en uno mismo que aprehende la realidad, en un sentido lato, bajo otros parámetros, en este caso, lingüísticos, supone un enturbamiento inicial. Luego viene la calma, el temple, la meditación, y se hace uno poeta. No es que al principio no surjan buenos tanteos, buenos acercamientos, lo que ocurre es que luego se produce el acercamiento en sí y la cosa se pone tan difícil que queremos que la palabra sea la cosa misma.
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“El verdadero escritor es un hombre que no encuentra sus palabras. Así que las busca. Y buscándolas, encuentra las mejores”. (1902. Sin título, II, 669).P. Valéry, Cuadernos.
Esa disciplina hercúlea de Valéry es un trabajo imposible. Escribir a lo largo de cincuenta años, como apunta Sánchez Robayna, diariamente, desde las cuatro o las cinco de la mañana y durante tres o cuatro horas es una tarea de dilución absoluta en la letra que se convierte en el síntoma de la grafomanía más transparente que pocas veces podemos constatar. Estos Cuadernos (1894-1945), de Paul Valéry (Barcelona, 2007, Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores) son una compilación en quinientas cincuenta páginas de las más de veintiséis mil seiscientas que componen los Cahiers. En ellas caben de todo. Una vida. Tanto es así que la Pléiade francesa intentó una especie de tabulación por temas, trabajo quimérico. ¿Cuál es el tema de una vida?
Luego el libro se escribió bajo el influjo indeterminado de los días, no había plan trazado por el escritor. El resultado es una verdadera miscelánea, una fragmentación absoluta, per natura, de la escritura en libertad. “Escribir -para conocerse- y eso es todo”. (1907-1908. Sin título). Todavía algunos se sienten novísimos porque fragmentan sus novelas con un puñado de mensajes de móviles, correos electrónicos y recetas del médico. “Pero no hay que creer que esto sea una novedad. Esto es sólo hacer de manera consciente lo que está necesariamente hecho de manera inconsciente en todos los casos en que interviene el lenguaje. Etc. (1933. Sin título, XVI, 645).
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Tan sólo hay que espigar un poco por las Anotaciones a la poesía de Garcilaso (Madrid, Cátedra, 2001), de Fernando de Herrera, para caer en la cuenta de que si bien es verdad que la tradición antiquísima de los comentaristas y glosadores ha ido en declive, en la actualidad es de espanto. Una cosa es tomar conciencia de que desaparece un modo de acercamiento a la obra literaria, por motivos diversos, y otra creerse en la capacidad para enjuiciar obras literarias. Creo que los modernos se creen en la poltrona juiciosa de los elegidos, cuando no son más que erratas en el devenir de la literatura que, como tales, serán corregidas, por infecciosas.
Tomás, descendiente de Zeus que porta la égida:
ResponderEliminarCuánto estás diciendo en tan poco! Me embarga el deseo del debate, de la pugna, para la que, presto, siempre estoy dispuesto y, por ello, me siento en la obligación de participar en este tu blog con alguna aportación telegráfica, empapada, ahogada, de ideas.
Después de su Tractatus logico-philosophicus, qué le quedó por decir a Wittgenstein que de lo que no se puede hablar, hay que callar. Cuánto he pensado sobre eso! Claro, como círuclo que se cierra, perdemos el punto de inicio y demasiados cobardes, vagos, miserables se esconden en la perfección del círculo, en su infinita simetría, para no acometer acción alguna. Bajo mi opinión, es cierto que lo mejor que se puede hacer sobre la naturaleza es callar. El cosmos (como totalidad de lo existente, y no como lo diría un astronauta ruso) es demasiado complejo para el lenguaje humano (Werner Heisenberg). Sin embargo esta afirmación sólo pueden proferirla aquellos que han hablado y hablado, aquellos que han recorrido el círculo desde su inicio... Sin embargo, cuándos idiotas hoy día dicen mierdas y las escudan tras la falsa relatividad del recorrido de un círculo. Como los escolásticos, ahora resulta que el "ad aram comfugere" es el relativosmo, el falso pragmatismo (hay algo más pragmático que buscar el sentido de la existencia de uno mismo??!!) y, en definitiva, el lote de mierda que, cada día, azota el rostro de las pocas personas con sensibilidad que quedan en nuestras sociedades. Es cierto, en la adolescencia temía que me llamaran nazi, o radical o yo qué sé. Ahora, sencillamente, pienso que no hay mejor bien que el mal del malo. El rigor, el rigor de lo que uno piensa es honestidad. Y lo único digno que puede hacer un hombre es vivir honestamente.