viernes, 27 de junio de 2008

¡VEN A MÍ, OH, LENTA MANERA!

Más allá de apreciaciones académicas y de juicios personales, hay citas que parecen surgidas para el grueso de los humanos. Llevo algún tiempo leyendo de forma aséptica, sin dejarme llevar por efusiones estilísticas. Cada vez creo más, con Kafka, en la obra literaria escrita con la sencillez de las ramas, pero con la profundidad del universo. Me empachan igualmente las tendencias grupales y contemporáneas, tan empecinadas en ofrecer lo moderno y lo nuevo, pero tan pelonas de lecturas. Al poco que uno lee cualquier obra clásica -la que nunca terminar de decir lo que tiene que decir- se da cuenta de que la novedad, en ocasiones, se asemeja a un chubasco pasajero; ni es agua ni nube, ni paisaje ni esencia, sino una encrucijada involuntaria de los elementos. La diferencia está en que los elementos en literatura han dejado de ser la palabra y el ingenio para convertirse en editoriales y mercado.

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A más de un poeta nonato y prosista pubertino, le conviene repensar estas palabras de Nietzsche en el prólogo de Aurora: “No en vano se es o se ha sido filólogo. Filólogo quiere decir maestro de la lectura lenta, y el que lo es acaba por escribir también lentamente… Ese arte enseña a leer bien, es decir, despacio, con profundidad, con cuidado, con atención, y con intención, a puertas abiertas y con ojos y dedos delicados”.
Mis dedos son toscos aún; mis ojos, demasiado miopes. Si en la lentitud anida la lectura profunda, dejaré de leer por unos días para ver si calmo y sosiego esta necesidad fieramente cotidiana.

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