Como un funambulista, me arrojo a escribir sin fines determinados. Escorando la mirada hacia los laterales, ausentes de red, me dispongo a cruzar la cuerda floja que sostiene buena parte de los días, buena parte de los entresijos que manifiestan su descontento con cada amanecida. Me acompañan las rarezas que la mirada desprende cuando se posa en lo circundante, cuando se desvencija la disposición del mundo. El mundo, entonces, es un claustro humedecido, rodeado de columnas, un trazado que equivale a sentirse en una membrana acuosa. El mundo, entonces, es una laguna poseída por la quietud de lo insólito.
Beso en los labios, y el mundo cambia.
Beso en los labios, y el mundo cambia.
*
Esta mañana he abierto un libro en la estación, momentos antes de que llegara el tren. El caso es que me encontraba terminando un paŕrafo crucial para entender la obra de Baroja en la que estoy imbuido. Entonces decido lo que nunca antes había decidido, y sigo leyendo, con una sonrisa cruzándome los labios; y no sólo culmino el párrafo sino que termino el capítulo y casi el libro.
El tren ya se ha ido cargado de ruido y de vidas paralelas. Me ha dado igual que se marchara y que yo no fuera en él como es costumbre. Algunos me han mirado desde la ventana extrañados por la decisión y me invade un estupor de satisfacción y de tiempo perdido. Es esto lo que debiera hacer cada mañana.
El tren ya se ha ido cargado de ruido y de vidas paralelas. Me ha dado igual que se marchara y que yo no fuera en él como es costumbre. Algunos me han mirado desde la ventana extrañados por la decisión y me invade un estupor de satisfacción y de tiempo perdido. Es esto lo que debiera hacer cada mañana.
desde luego hay libros que tienen su propio tiempo y su propia mecánica de viaje.
ResponderEliminarGracias, Manolo,, por tu comentario. Saludos "uniradianos".
ResponderEliminar