Por estas fechas, ya se sabe, la tiranía del calendario nos arrima a los excesos. A los excesos, digo, en las tasas de pobreza en el mundo, a los excesos cojitrancos, de ricos llenos de mierda. A una numerología que estudia las muertes como una estadística disecada y maloliente, tan molesta para los capitales, como un lastre para una navegación. Y seguimos sin hacer nada serio en el mundo por los que mueren, al contrario de los socorros que arrojamos como puños a las inmobiliarias que han pertrechado nuestras vidas de hipotecas y ruinas morales. A los bancos, que lo pueden todo y lo consienten, a esos ladrones de zurrón deshilachado, Siguen saliendo al paso de los malhechores que desvencijaron los umbrales, a los que paseaban sus billetes como estampas de santos, santos del euro envirotados hasta la coronilla. ¡Para qué tanto dinero si las molleras están más huecas que una barrena seca!
En estos días he dado con un músico genial que me ha despertado algunos instintos adormilados. Eli “Paperboy” Reed, el músico, canta en su The True Loves como un ángel taimado caído de tiempos remotos, tiempos en que la música poseía la capacidad de trazar una línea sobre el agua y marcarla en tu espíritu. Un tamiz, la música que impregna las posturas ante la vida y ante los conciudadanos con una parsimoniosa y delicada estructura insobornable. Por eso escribo en crudo sobre los excesos, sobre estos días de mentiras enqistadas en las verdades de los niños; por eso me levanto y grito contra estos tiempos de eufemismos e insinceridades, en estos días en que las calles se llenarán de una felicidad infundada y mustia, como una flor de un día que jamás fue flor, como una caída del sol hasta la garganta ronca de los mares.
Un último tiempo para este trópico -lastimero acueducto de mis banalidades más remotas-, que no se acopla a los días de navidades y fiestas, villancicos y tremebundas pamplinas de la Navidad. Un grito con la garganta limpia, con la voz pura, colmada de tierra y luz, para estos días en que lo único que me apetece es no vivirlos de esta manera. Por eso corro, huyo, desespero. O escribo y te lo cuento.
En estos días he dado con un músico genial que me ha despertado algunos instintos adormilados. Eli “Paperboy” Reed, el músico, canta en su The True Loves como un ángel taimado caído de tiempos remotos, tiempos en que la música poseía la capacidad de trazar una línea sobre el agua y marcarla en tu espíritu. Un tamiz, la música que impregna las posturas ante la vida y ante los conciudadanos con una parsimoniosa y delicada estructura insobornable. Por eso escribo en crudo sobre los excesos, sobre estos días de mentiras enqistadas en las verdades de los niños; por eso me levanto y grito contra estos tiempos de eufemismos e insinceridades, en estos días en que las calles se llenarán de una felicidad infundada y mustia, como una flor de un día que jamás fue flor, como una caída del sol hasta la garganta ronca de los mares.
Un último tiempo para este trópico -lastimero acueducto de mis banalidades más remotas-, que no se acopla a los días de navidades y fiestas, villancicos y tremebundas pamplinas de la Navidad. Un grito con la garganta limpia, con la voz pura, colmada de tierra y luz, para estos días en que lo único que me apetece es no vivirlos de esta manera. Por eso corro, huyo, desespero. O escribo y te lo cuento.
Muy buena reflexión, si señor.
ResponderEliminarBesos,
Cris
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