De la espesura del silencio hay que extraer la palabra como el cuerno de un fauno.
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Como el seno de los girasoles, como el rugido piadoso de la mañana crepitando entre las lomas. Esta mañana he parado el coche y me he puesto a observar los girasoles. Buscando la luz, hacia otra luz.
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Toda la tarde insatisfecho con la escritura. Un sustantivo, un adjetivo. Las gráciles presencias de los verbos. Empezar de nuevo. El abandono. La música intempestiva de la tarde diluyéndose. Una palabra, dos. Un sustantivo nuevo asoma. Una coma, un punto. Final. Trabajo sinsentido.
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Algunos días me despierto y me creo en una tragedia griega. Lo noto en cuanto pronuncio la primera palabra del día: no me pertenece, es una impostura. Voy desarrollando la representación –oh, pez sin escamas, hipogrifo violento- y aprendo de esa ficción que me atrapa. Se cumple el fatum.
Las partes que más me agradan son los monólogos: el aleph del sujeto. Llegan las palabras frescas, recién traídas y arrancadas de la mente de un demiurgo. Y quiero vivir, vivir, vivir a pulso, airadamente morir.
Estas palabras son siempre anotaciones volanderas en un diario, el diario de un personaje en busca de sí mismo, del otro, del que lo configura en la maleza.
Las partes que más me agradan son los monólogos: el aleph del sujeto. Llegan las palabras frescas, recién traídas y arrancadas de la mente de un demiurgo. Y quiero vivir, vivir, vivir a pulso, airadamente morir.
Estas palabras son siempre anotaciones volanderas en un diario, el diario de un personaje en busca de sí mismo, del otro, del que lo configura en la maleza.
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