jueves, 24 de junio de 2010

Dentro de pocos días, M. se marchará a Perugia. Antes de llegar a la ciudad de marras, lo hará a Roma. Allí, donde el amor es angulosa piedra y mudez de siglos, volveremos al final de la estancia en Italia. Mientras tanto, la lectura y la escritura ocuparán los primeros días de julio con toda intensidad, pues un nuevo libro de poemas ha brotado de todo este trasiego primaveral. He comprendido que el trabajo artesanal del poema requiere templanza, musicalidad y decisión. Sin embargo, aún no he sabido conducir estas líneas diarias, este diario que escribe alguien que se siente yo.
Volver a Italia es como una renovada peregrinación, pues en esas tierras encontré, junto a M., la topografía de la palabra en sucesión. La lengua italiana ha ido inundando con su sonora presencia las tardes de esta casa. Con ella, un profuso deseo de encontrar la verdad nombrada con las palabras nuevas. Aunque, a pesar de todo este universo lingüístico, cae uno en la cuenta de que sobre el papel el hombre sólo muestra lo indecible una y otra vez, de una y otra forma.


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La lectura de los cuadernos de Valéry revela algunas cuestiones que se me antojan deslumbrantes. Por un lado, la incesante escritura del autor francés durante décadas sin desfallecer en un punto. Por otro, la calidad y la profundidad de sus textos: “El despertar comienza como otro sueño”.
Como otro sueño comienza el despertar en los meses de julio, porque las noches son inalterables y convierten la luz en la plenitud de las estatuas. En julio, en Italia, el despertar será como un sueño que comience desvaído, anhelante de lecturas y complicidades. Sobre el puente de piedra recogeré los atardeceres.

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Al final de la redacción de un libro tiene uno la sensación de haber aclarado lo que hasta el momento era oscuro, imperceptible. Dice Valéry: “Si una obra es clara, y si además es maravillosa, es oscura en la medida de que es maravillosa. Lo admirable es inexplicable”. Con el paso de los días y con la música viciada, comienza a desconfiar del trabajo y lo que parecía claridad en la espesura se torna oscura presencia calamitosa.
Quisiera para mí los girasoles que amanecen de repente entre las lomas, como címbalos nocturnos y pétreos que muestran sus orígenes y su muerte. Cada palabra como el amarillo tornasolado de su planta. Su tallo, la conciencia entera y toda. Erección de la inteligencia. Los girasoles son címbalos prófugos de la tierra.

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Al fin todo es sueño, como los versos de Dante en el canto II de la Divina Comedia: “Memoria que escribiste lo que vi”. Dante otorga el privilegio de la mirada a la memoria y ésta, la plenitud del tiempo a que aspiramos, ofrece la palabra verdadera.
Pero Dante no se conforma con invocar a las musas y al alto ingenio para que sostengan su travesía del horizonte. Pocos versos más adelante, toda recuerda a Virgilio las aventuras y las acciones de Eneas, como fundador de Roma, escribe un verso hipnótico: “eres sabio; ya entiendes lo que callo”. El conocimiento y la sabiduría en la época de Dante viene a convertirse en sinónimos de la gracia y del silencio. La contemplación, de raigambre religiosa, se hace fértil y dota al sabio de las virtudes del pájaro solitario. No sólo comprende el silencio de Dante ante algunos episodios famosos sino que entiende los silbos del silencio pronunciado.

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