Hoy he vuelto a encontrarme con algunos amigos de la infancia. Por aquellos años, jugábamos por el campo utilizando las remolachas y las patatas como elementos arrojadizos. Imagínense cómo dejaba las camisetas una remolacha recién levantada de la tierra. Igualmente, utilizábamos zanahorias y tomates. Sin duda, al dueño de la finca, lo que más le molestaba era la captura de tomates. Cuando se percataba de que estábamos merodeando su hacienda, soltaba unos perros cuyos ladridos provocaban nuestra fuga inmediata. Estos amigos montaron en bicicleta conmigo muchas horas y corrieron por la playa desbocados, como lo hacen ahora los caballos para el mundo. Cuando había bajamar y las orillas eran inmensos arsenales de muergos y gusanas, fueron ellos los que me enseñaron a utilizar la medida exacta de sal para cogerlos a la caída del sol.
Han formado parte de mi vida y ahora están tan alejados de ella. Esa circunstancia, unida a la música de Sibelius, me ha sumido en un melancólico bucle que no ha dejado de azotarme en toda la tarde. He conocido a sus hijos, los he besado como reliquias contemporáneas y he pensado, detenidamente, en la maleable sustancia que nos hace humanos. Marea perdida, siroco, tierra de sal, luz declinada y en desvelo.
Han formado parte de mi vida y ahora están tan alejados de ella. Esa circunstancia, unida a la música de Sibelius, me ha sumido en un melancólico bucle que no ha dejado de azotarme en toda la tarde. He conocido a sus hijos, los he besado como reliquias contemporáneas y he pensado, detenidamente, en la maleable sustancia que nos hace humanos. Marea perdida, siroco, tierra de sal, luz declinada y en desvelo.
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Este diario, como no pude intuir, se ha vuelto demasiado tosco en algunos aspectos. Sus rudimentarios textos, sus torpezas imperdonables, sus aspiraciones que ya no tienen justificación. Lo voy escribiendo como el testimonio de una vida, como esas olas que rompen pero que parecen recomponerse en las siguientes.
Alguien, en el futuro, leerá estas anotaciones no sé con qué sentido ni sé con qué intención. Quedarán huérfanas cuando el que las agita desee abandonarlas; pero he aquí que cada día, en ellas, en sus lentas caminatas, en sus callejuelas etruscas con olor a albahaca, en sus permanentes manías y colores, en el rosa Tiépolo, va creciendo un individuo que sin ellas sería humo, ceniza, mansa vida y azul de Saturno. Este diario ha ido suplantando mi vida y ahora hay en ella más de la que pensaba, la vida, digo, es la escritura sobre blanco.
Alguien, en el futuro, leerá estas anotaciones no sé con qué sentido ni sé con qué intención. Quedarán huérfanas cuando el que las agita desee abandonarlas; pero he aquí que cada día, en ellas, en sus lentas caminatas, en sus callejuelas etruscas con olor a albahaca, en sus permanentes manías y colores, en el rosa Tiépolo, va creciendo un individuo que sin ellas sería humo, ceniza, mansa vida y azul de Saturno. Este diario ha ido suplantando mi vida y ahora hay en ella más de la que pensaba, la vida, digo, es la escritura sobre blanco.
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