Leyendo El enigma de la llegada, de V.S. Naipul, me he visto merodeando por Salisbury. Por los bosques, las laderas, cerca del Avon. Aquí la lluvia es rosada y porta una gravedad extrema. Acaso la de los cielos cubiertos con los sueños derruidos.
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En la noche los cuerpos toman la figura del volcán. Las formas retienen sus contornos primeros, aquellos que brotan de la ausencia y del deseo. En la noche, las palabras recorren recalcitrantes los vástagos sonidos del cielo. Sonidos que provienen de una piel convertida en llanura, sin deshielos, sin grietas ni azabaches.
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Cada día me sobra más palabras. No sé lo que me falta, cuál es la ausencia requerida.
La poética del silencio es, sobre todo, una tentación, y tal vez una trampa, una trascendencia hacia la nada; esto es, la incomunicación. El árbol que mayormente puebla en tus bosques poéticos es la palabra precisa, certera, inalienable. La que hay que limar cuidadosamente en cada verso, como decía Borges comparando los suyos con los razonamientos de Spinoza. La búsqueda a la que aspirar es aquella cuya Itaca es esa palabra. Y lo consigues, enhorabuena por esos paisajes tan bien trazados. Un abrazo.
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