LEO a George Simmel, Roma,
Florencia, Venecia, con el deseo de penetrar en el misterio y el secreto de
la belleza. Un libro es un instrumento adecuado para poder llegar a ese
secreto. Para tal fin, el libro, como es el caso de marras, debe ser puro,
verdadero en sí, por eso me alejo de todos los mamotretos que solo jalonan lo superficial y fugitivo. Quizás sea lo clásico, como suelen llamarlo, el único recoveco, en que se atisbe esa naturalidad del arte. Escribe Simmel:
“Hay una pretensión de verdad que afecta la
arte, más allá de cualquier ley naturalista externa a él; una exigencia que ha
de cumplir la obra de arte, aunque ésta emane exclusivamente de la propia obra
de arte”.
He releído este párrafo en varias ocasiones para tratar de
comprenderlo en su máxima profundidad. Lo he realizado ya que no hay un solo
día en que no escriba y lea y viva de acuerdo con esa pretensión de verdad en
el arte literario. No puedo entenderlo de otra manera sobre todo en estos años de penuria intelectual y de festín de vanidades. Los lectores se olvidan de que sus juicios deben partir
desde una posición ética plenamente pura y verdadera. Tratar de objetivar el
arte, como presencia indudable, desde la subjetividad es la tarea del lector.