jueves, 5 de junio de 2014

LLEVO varios días leyendo, tan solo leyendo y recuperando horas de sueño que tan inadvertidamente he perdido desde hace meses. He dormido y, por tanto, he soñado y he vivido en la nebulosa onírica de lo inmaterial a los ojos y  A las manos. Puede que, en ese pasaje, haya tenido más vida y más tentaciones que en esta misma dimensión que referimos como "real", pero me he sentido triste con ese otro yo que me acompaña y que vuelca, con mesura y afán, tristes letras cada día en un diario. 
La acción de pensar es escribir y la de escribir es pensar. Eso es un acto de rebelión diario, pues, con Antonio Machado, "pensar el mundo es hacerlo nuevo". Sístole y diástole. 

Es cierto que, cuando uno está en el proceso de la poesía el resto pertenece al viento y poco importa, pues la poesía pareciera revelar una esencialidad inaudita que anula y achica todo lo dicho anteriormente. En esas estamos, retocando, construyendo, eliminando, desestimando versos, estrofas; pensando en las convenciones y las renovaciones; en lo que no se ha dicho todavía de esa manera para que, en la tradición, pueda sumarse al río inmarcesible de la literatura; escribiendo la lectura desde el amor y la verdad al texto del centro indudable. Cuando todo esto se agolpa, posee uno la intención de borrarlo todo y dejarlo como en una cacharrería: desordenado y a la intemperie, con la clara consciencia de su presencia invisible e innecesaria.