LA composición del Nibelungo de Wagner propone otro ejemplo de consciencia creativa y de la necesidad de leer con inteligencia para poder continuar en el mundo de las artes. No en pocas ocasiones hemos opinado que el fundamento de toda institución humana reside en la tradición y la transformación, mucho más en las artes cuando estas desean apropiarse de la condición humana o relatar su sustancia o narrar su nihilismo o aglutinar acaso su paso por el mundo.
Cuando Wagner leía a Grimm evidentemente estaba conociendo una realidad que nunca antes había experimentado pero, ayudado por sus lecturas, su propia experiencia cultural, lo que se produjo en él fue una inspiración hacia la libertad creadora que se alzó por encima del momento, con el fin de conseguir, de acercarse, a lo permanente, universal en la experiencia alemana.
Como es sabido, esto culminó en la composición de símbolos y dilemas humanos perdurables más allá de la Alemania de su época hasta tal punto que hoy, aun recluidos por un virus en este mundo contemporáneo, cuando escuchamos la música nos hace prever nuestra propia identidad y búsqueda.
Porque nada puede tener como destino lo que no tiene como origen, escribía mi admirada Simone Weil en las notas de América en 1942. En esa visión circular de la existencia creo cada vez más.
La necesidad de leer y escribir durante estos días me han ido girando haca el origen de todo; en ese viraje se va despojando lo superfluo, lo que no forma parte natural de uno mismo. Y comprende la lucha por la vida y la necesidad de vivir entroncando siempre con el camino hacia el origen. Porque el origen no deja de ser más que camino y confin sin límites.
Como decía Steiner en Presencias reales las mejores lectura del arte son arte. Y la vida apegada a una ocultación que nos presenta como el enigma de nuestras vidas. Esa ocultación nos la describió María Zambrano en El hombre y lo divino: "La forma primaria en que la realidad se presenta al hombre es de una completa ocultación, ocultación radical; pues la primera realidad que al hombre se le oculta es él mismo".
Y ya con la mañana acogida por el amanecer acudo a las páginas de El luthier de Delft (Acantilado) de Ramón Andrés para concluir con la extraordinaria confluencia de pensadores, músicos, ópticos e individuos que hacían de la anamorfosis, de la lucha por la ruptura con lo aparentemente natural una geometría de la alucinación.