martes, 12 de mayo de 2009

De raíces y asombros.

Me llegó rePublicanos -Cuando dejamos se ser realistas-, de Fernando Iwasaki. Este libro ganó el Premio Algaba de ensayo en 2008 y lo he leído con gusto y deleite. Lo leí con deleite y comprobando cómo los temas que han perseguido al autor peruano vuelven a encontrarse y a ramificarse ahora con el temple de la madurez. En este libro ha volcado sus inquietudes como historiador y algunas de sus virtudes como escritor (no olvidemos que Iwasaki dio claes de Historia en la Potificia Universidad Católica del Perú y que es autor de Extremo oriente y Perú en el siglo XVI). Sus obras de ficción siempre han presentado, como si fueran un tapiz, las hilachas de la historia atravesándolas. Desde Tres noches de Corbata (1987) hasta Neguijón (2005), desde Inquisiciones Peruanas (1994) -nueva edición en Páginas de Espuma- hasta Ajuar Funerario (2004). En todas estas obras y en sus artículos la Historia está presente, a veces transmutada en materia de ficción, otras siendo el eje central de las mismas.
En rePublicanos arranca el autor desde la Modernidad y desde los conceptos claves de la Ilustración y Siglo de las luces. Lo hace deslizándose por la Independencia Hispanoamericana y señalando, al mismo tiempo, los vínculos que unen a la Península con las antiguas colonias. A ello suma un análisis del caudillaje en tierras hispanoamericanas como fruto de las condiciones singulares de la tierra sureña americana. Sin embargo, el apartado que quiero señalar es el reservado a la literatura.
El libro lo cierra un capítulo dedicado a las relaciones e influencias de la literatura hispanoamericana y la peninsular. Para ello divide entre Prebom, protoboom y posboom y viene a decirnos que la influencia total de la literatura hispanoamericana sobre la peninsular se produjo, con notable ahínco, en la poesía.
No puedo estar más de acuerdo. Y termino estas menciones con una afirmación: nunca se produjo en la lírica española una renovación en la que no estuviera implicado un poeta hispanoamericano; desde Darío, pasando por Neruda, hasta Huidobro y Vallejo, terminando con Paz y Borges. Este ensayo, escrito por autor entre dos aguas, define a la perfección los vínculos especiales que se ha producido entre las dos tierras desde la conquista. Y ello se narra con afán literario, con pretensión estilística. Un testimio del trasvase de culturas entre dos tierras hermanads por la paradoja de la conquista.

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Con una palabra basta…


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Unas palabras memorables de Juan de Mairena: “-Hay hombres, decía mi maestro, que van de la poética a la filosofía; otros, que van de la filosofía a la poética. Lo inevitable es ir de lo uno a lo otro, en esto, como en todo”. Y me gustan mucho dos palabras: poética (y no poesía) e inevitable.
Una palabras memorables de Antonio Machado: “Poeta ayer, hoy triste y pobre /filósofo trasnochado, […]”. De lo uno a lo otro, esa es la sustancia de lo inevitable.
Más tarde vuelvo a leer en Juan de Mairena: “Pero el poeta debe apartarse respetuosamente ante el filósofo, hombre de pura reflexión, al cual compete la ponencia y explanación metódica de los grandes problemas del pensamiento. El poeta tiene su metafísica de andar por casa, quiero decir el poema inevitable de sus creencias últimas, todo él de raíces y de asombros”.
Nunca había leído nada que dijera que la poesía posee las raíces de las creencias y las hojas de los asombros. Así vista, la poesía es crecimiento, experiencia y asombro, perplejidad ante el mundo. Y, de nuevo, inevitable. Esa palabra capital en la poesía poca utilidad tiene en la filosofía y creo que por eso la utiliza Juan de Mairena.
Lo inevitable es escribir poesía y con ellas las raíces y con ella los asombros.

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Todo se va tamizando de una pátina indecible en los últimos días de noviembre para Márai. Son días de hospitales, achaques tremendos en el cuerpo de L., de sufrimientos mortales que dejan su cuerpo cercano a un estado vegetal. Márai piensa en la maravillosa mujer que es L., que era L., que será L. en su futuro recuerdo. La muerte es inevitable como la poesía.
Y lo hace tentando a la nada, desde el sillón insonoro de un cuarto de hospital rodeado de libros. Y en esa estancia de acompañamiento, puede más la necesidad de la huida que la permanencia: “Quedarme, ayudarla hasta el último momento, hasta que, resistamos, ella y yo. Después estar atento para irme a tiempo”. En ese tiempo de convivencia con la muerte, cuando ella llega con sus patas de caña, la vida ya es plural cuando el amor anida en ella. Y llegar a la muerte es cuestión de latidos y llegar a la muerte es una cuestión de espera.

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