Es una suerte y una peculiaridad contar con el consejo de un buen librero. Juan Carlos Palma no sólo es escritor, avenido a las bitácoras, free lance, crítico de cine o de literatura -entre otros secretos inconfesables-, sino que además es un maravilloso librero. Esta mañana quise darme una vuelta por las librerías, iba pensando en comprar Las máscaras del héore, de Juan Manuel de Prada en la nueva edición de Seix Barral; también llevaba en la mollera a Atxaga, Marzal, Zweig, Nietzsche, Julián Ríos o Gilson. Al final, las elogiosas palabras de Juan Carlos me convencieron para que comprara Anatomía de un instante, de Javier Cercas, el libro que toma el golpe de Estado del 23-F como cuerpo en cuarentena que necesita la penetración del bisturí.¡ Claro, con un librero así, qué fácil...!
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A finales de 1984, diezmado por los males que lo achacan, Márai determina seleccionar sus lecturas. Cree que se ha establecido ese tiempo apocalíptico en que la mortalidad se hace definitiva y todo adquiere ese lastimoso verdor que la muerte transmuta. Lee y escribe como un muerto, pero aún mantiene con dignidad su vida. A pesar de ello, se siente distraído de todo, excepto de sus libros.
Corrige, en esos días de diciembre, las galeradas de su Diario 1976-1983. Al llevarlas a la oficina de correos y mientras el funcionario le coloca el sello de marras, Márai asiste a un rito funerario de su obra. Ese sello, ese envío, lo percibe como la última acción de su vida como escritor, como un arañazo al hades que lo posee. Uno, que lee los diarios de años siguientes, no puede más que tragar saliva y dejarse llevar con ese nudo en la garganta y escribir, escribir precisamente lo que lee. El testamento de Márai en su Dario es una de las mayores lecciones que estoy recibiendo de escritura y de moral, de compromiso y de sabiduría.
Decía al inicio de este texto que Márai selecciona en esos meses las lecturascon ahínco; se sabe muerto a pesar de que después vivirá algunos años más. ¿Qué libros lee? Lee La Odisea, de Homero y la obra, espigada, de Aristóteles. Después de estas lecturas, de otros poemas e historias de la literatura húngara, Márai cierra el año con una reflexión sobre el cuerpo y el alma. Y al concluir este párrafo noto un efervescente levantamiento de espíritu que no sé si identificarlo con el alma, pero, desde luego, es lo mas parecido a la physis.
Corrige, en esos días de diciembre, las galeradas de su Diario 1976-1983. Al llevarlas a la oficina de correos y mientras el funcionario le coloca el sello de marras, Márai asiste a un rito funerario de su obra. Ese sello, ese envío, lo percibe como la última acción de su vida como escritor, como un arañazo al hades que lo posee. Uno, que lee los diarios de años siguientes, no puede más que tragar saliva y dejarse llevar con ese nudo en la garganta y escribir, escribir precisamente lo que lee. El testamento de Márai en su Dario es una de las mayores lecciones que estoy recibiendo de escritura y de moral, de compromiso y de sabiduría.
Decía al inicio de este texto que Márai selecciona en esos meses las lecturascon ahínco; se sabe muerto a pesar de que después vivirá algunos años más. ¿Qué libros lee? Lee La Odisea, de Homero y la obra, espigada, de Aristóteles. Después de estas lecturas, de otros poemas e historias de la literatura húngara, Márai cierra el año con una reflexión sobre el cuerpo y el alma. Y al concluir este párrafo noto un efervescente levantamiento de espíritu que no sé si identificarlo con el alma, pero, desde luego, es lo mas parecido a la physis.
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Hoy he descubierto que Rilke tradujo Cartas de amor de la monja portuguesa, de Mariana Alcoforado (1640-1723). La obra es citada por Márai y, en cuanto leí la referencia, salí al encuentro de ese misterioso personaje que llamó la atención de Rilke. Mariana Alcoforado fue una monja portuguesa que nació en Beja, en pleno siglo XVII. Las cartas de amor están dirigidas a Noel Buton, Marqués de Chamilly y Conde St. Leger. Las cartas fueron publicadas como anónimas en Francia por Claude Barbin y, a su vez, adaptadas al francés por Gabriel de Lavergne, Conde Guilleragues. Estas cartas son el testimonio del amor vehemente de esta monja por el militar francés que mantuvo relaciones esporádicas con ella.
Algunos investigadores creen que fue el Conde Guilleragues quien escribió realmente las cartas y que tomó el nombre de la monja como pseudónimo. De cualquier forma, la obra, escrita por una o por otro, no deja de ser sorprendente. Si fueron escritas por la monja, qué delicia observar el pecado en la letra de una religiosa; si fue el Conde, debemos tomarlo como una genialidad de desdoblamiento, de otredad y empatía.
Rilke tradujo las cartas y Márai leyó la traducción de Rilke. ¿Qué vio el duino escritor en ellas, la violencia de un amor truncado por la religiosidad o la pérfida obsesión de la monja por un amor imposible? ¿Un ángel endemoniado que vive entre la pasión incólume hacia el militar o divinizado por la palabra amatoria?
Rilke tradujo las cartas y Márai leyó la traducción de Rilke. ¿Qué vio el duino escritor en ellas, la violencia de un amor truncado por la religiosidad o la pérfida obsesión de la monja por un amor imposible? ¿Un ángel endemoniado que vive entre la pasión incólume hacia el militar o divinizado por la palabra amatoria?
Por alusiones, te agradezco los piropos (y que no desveles mis secretos), aunque creo que no los merezco. Desconocía el dato de Rilke, aunque no me extraña que se sintiera atraído por esta obra, él, siempre tan apasionado. Un abrazo
ResponderEliminarTe lo devolveré pronto, Juan Carlos. Salud.
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