jueves, 7 de mayo de 2009

Todo más claro.

Cuando Paul Valéry declara en sus Cuadernos (1894-1945): “Lo que oscurece casi todo es el lenguaje”, entiendo que se refiere al desposeído sentido de la claridad. Creo que algún traicionero devolvió el fuego robado a los Dioses, que desmereció la hazaña de Prometeo.
La claridad. Un sentido al que la poesía atiende con demasiada infrecuencia. La poesía clara, pura, no pretende describir, ni recrear. En ella se concentra el pensamiento que la impulsa y sólo hace señalar, acercar una intuición pasajera, tan pasajera como el número de sílabas de los versos que la configura, ay, esa claridad. Así visto, en la poesía, el ritmo está sujeto a un valor numérico que es, a su vez, el poder musical de que se impregna. Como un aroma de cuyo origen nada sabemos, tal se percibe la poesía: un rumor oculto que se nos hace vida.

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Como la música, el silabeo de un poema es susurro de la nada.

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El 7 de febrero de 1985, Márai presiente el aroma de la muerte, que es tan vertiginsoso como la cadencia de un poema total. Ante esa sensación: “Malestar general, olor a muerte. Indiferencia”, el escritor opta por la indiferencia. En esa disyuntiva que provoca el dolor de la muerte... En esas fechas, el 9 de febrero, se muere el hermanio menor de Márai, Gábor. Todo lo que le rodea es decrépito y está enroscado en la finitud. Carácter es detino, pregonaba Cernuda. Y Márai parece que entendió que en la resistencia y la perseverancia está la virtud, acaso la virtud con que nos encontramos en la vida. En la suya, el compromiso diario con la escritura. Y con estas palabras pongo en duda mi futura actuación, ¿seré capaz de resistir?
El 9 de marzo, la mujer de Márai, L., cuando se está cortando las uñas y debido a su ceguera, se hace una herida que no termina de cicatrizar. Van al hospital para que le hagan un drenaje. Al volver a casa, la mujer se desvanece y con ese desvanecimiento irrumpen insolentes los fantasmas del llanto. El matrimonio habla sobre lo que harán cuando uno de los dos falte. Y leer estos episodios tan emotivos es como pronunciar una palabra prohibida en la boca de la muerte.
Me resulta muy curioso que, para esos días, Márai comience a leer una biografía de Shopenhauer. ¿Querrá encontrar un modelo de eneterramiento en vida, de desposesión de sí mismo?

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Hoy dejo anotado en este cuaderno que he leído lo que dice Harold Blom en Genios sobre Thomas Mann. Quiero masticar las palabras para mostrarlas en su forma más idónea. Pensar es un ejercicio que cotiza poco en los tendidos urbanos de la actualidad. Pero a ello me agarro como el niño de Proust a la higuera.

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Sólo la escritura contiene lo que fuimos.

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