Desde entonces no he dejado de mirar cuadros de Van Gogh en busca de los conceptos visuales que perpetró en sus lienzos. En este sentido, la genialidad es mayúscula y sorprendente, porque a falta de una capacitación técnica, amoldó y adecuó sus trazos a las ideas. Sus ideas eran más potentes, sus conceptos más rotundos y perfectos y Van Gogh no dudó en sublevarse ante tamaña evidencia creativa.
De un tiempo a esta parte, digo que algunos escritores se equivocan de género. Leo a escritores que se aventuran en la poesía, cuando sus ideas no están preparadas para encarnarse en el lenguaje poético. Escucho a novelistas explicando sus obras de ficción como si fueran una película, cuando, en realidad, lo que deberían haber escrito era un ensayo o un cómic o un guión de cine. Y leo diaristas o ensayistas que se dejan llevar por el torbellino de un diario y allí las formas son como un campo de trigo extenso, inabarcable, tremendamente adecuado para la soledad.
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El 27 de julio de 1890 escribió Van Gogh la última carta a su hermano Théo. No llegó a terminarla, estaba poseído por una crisis de las que lo frecuentaban en los últimos días de su vida. Se la metió en el bolsillo. Salió corriendo a los campos de trigos que rodeaban Auvers y que tantos conceptos le había otorgado a su sesera. Toda vez que pasó por ellos como un niño desesperado, sacó el revólver que llevaba en el bolsillo y se disparó en el pecho. Irremediablemente han acudido a mi memoria dos secuencias. La primera, el verso que se le encontró a Antonio Machado en el bolsillo de su gabán. La segunda, Sándor Márai recontando las cincuenta balas que tenía sobre la mesilla de noche.
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En el gabán de Antonio Machado se encontró un papel arrugado y humedecido. En él había tres anotaciones: “Ser o no ser…”, “Estos días azules y este sol de la infancia” y cuatro versos de Otras canciones a Guiomar:
Y te daré mi canción:
Se canta lo que se pierde
Con un papagayo verde
Que la diga en tu balcón.
En la carta que llevaba Van Gogh y que nunca entregó a su hermano, escribió: “ la verdad es que sólo podemos hacer que sean nuestros cuadros lo que hablen”. Y creo que es la totalidad del ser humano lo que invade la mente de estos creadores. Un estado de anestesia creativa, de resignación involuntaria a su natural condición de creadores. Son demiurgos caídos que rememoran sus temas al fin de sus vidas. Como una música que va acallando sus notas para dejarlas resumidas en un eco, que es la posteridad.
No me extraña que Márai, en el mes de junio de 1986, esté escribiendo cosas parecidas a estas reflexiones. En esos días, el 15 de julio, se entera de la muerte de Borges en Ginebra, a quien dedica elogiosas líneas (“un talento original de este siglo”). Por suerte, estos papeles nos han llegado como un boceto del otro costado. Dice Márai: “Un hombre es la totalidad. Cien mil hombres es meramente una cifra”.
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La vida, en ocasiones, posee la trayectoria de una bala.
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La claridad de la muerte es tan breve como una vida.
y no sólo hay que irse a la (digámolos así) "transmutación genérica". cada escritor debería saber cual es su camino en cada momento: que el poeta escriba poemas en prosa, endecasílabos o versolibre (o una mezcla de todas, u otra cosa) según le pidan sus entrañas, no siguiendo la línea editorial (o las ideas del jurado) de turno. También así conseguiríamos otra cosa: un poco de riesgo (y un poco más de verdad) en la poesía actual.
ResponderEliminarpor cierto, lo de "La vida, en ocasiones, posee la trayectoria de una bala." me ha recordado a un video de Korn (ya sé que no es tu estilo, pero merece la pena verlo):
http://www.youtube.com/watch?v=K27d7Ut5bXo
Un abrazo, compañero.
Tu estilo es el mío, querido. Te devuelvo el abrazo aranero. Salud.
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