Hay días que pasan como una línea, pero con la perennidad de un siglo.
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Tengo miedo a decirte las cosas con palabras, a hablarte con este verbo insostenido de un diario, a contemplarte aun sin conjunciones que aseguren nuestra adversidad; pero debo decirte que vistes de girasoles los campos de la mañana y que con ese amanecer enracimado en pétalos amarillos otorgas los dones de la claridad. Y eso me basta, como me basta el olor de un cuerpo desnudo que amo.
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Un decir es una báscula de la emoción.
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Búscate y hablarás.
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Me quedan cinco minutos para escribir, antes de que acabe este 27 de mayo de 2009, las palabras diarias que le dedico a Márai. Sólo se me ocurre repetir en voz alta aquella sentencia que repetía, una y otra vez, la mujer de Márai durante su enfermedad: "Que lento muero". Y sólo se me ocurre, de nuevo y de momento, decirle al vacío que Márai escribió su diario cuando su vida era el punto final de un texto rebosante de humanidad.
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Un diario es un punto y aparte con aspiraciones de punto final.
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