viernes, 8 de abril de 2011

Dulce soñar y dulce congojarme. Semana de desasosiego pleno. Turbio horizonte. Deshabitada lentitud. Solo en el proceso de la escritura, en el enigmático movimiento silábico, encuentro regocijo. Regocijo de la huida, podría decirse, de la escapada a la espera. Dar cuerda a lo absurdo es peligroso, porque puede uno acabar encrespado en no se sabe qué delirio sin horizonte, los montes sonoros, la memoria encontrada en otra vida.

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Eso es escribir, la memoria encontrada de otra vida. Para esa tarea, recurre uno a la prosa almibarada de la observación. Ese ejercicio, que puede no ser siempre meritorio, merece que la prosa se revuelva y se evada como las olas irrumpiendo en un acantilado. Porque los hechos que relata serán pasajeros, de eso debemos estar seguros, y la fuerza que ensimisma la palabra solo es perenne cuando un lector las alienta. Mientras tanto, un libro cerrado, un diario peregrino, no es más que un acuerdo tácito del silencio y la observación. Quizás por este motivo la pintura esté tan presente en este diario que escribo desde hace años y que parece no agotarse nunca y no abandonarme nunca. Decía que, de la pintura extrae uno aquellos retales de la observación que predican la esencia. Un bodegón, un retrato, una crucifixión o un cuadro de Rothko terminan por convertirse en índice y paradoja que pueden extrapolarse a la prosa.

Pongo por caso esas líneas que aparecen en la llanura del folio reivindicando una reflexión sobre lo que uno dijo en la mañana o lo que opinó hace unos días o acaso advirtiendo que el libro que se lee incesante es una maravilla. Un prodigio solo para quien escribe, estaría en mejor decir. Un libro o una actitud más convenientes para el que suscribe estas palabras, pero en ningún caso para los otros que, en alguna ocasión, puedan leer estos marros que me persiguen.

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Hoy he querido verme desde el cosmos, he querido observarme desde lo más lejano para percibirme como lo más ajeno. Desde el cosmos no hay fronteras y todo en el planeta parece perecedero. No hay fronteras ni ideas que las fustiguen, como tampoco nadie vindica el amor ni la piedad. Así observados, desde la posición más alejada posible, el hombre es una mísera presencia inadvertida. Sustancia volátil, cósmica, sucedánea. Qué será de esta tierra ya caduca y qué será de los versos escritos.

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Una montaña de libros para unos niños, pasajes, libros abiertos, poemas de memoria, fragmentos de El Quijote, Picasso pintando, La muerte en Venecia, J.R.J., niños de 4 a 120 años, los libros de una vida, separadores e imaginación, palabras, reveses, pasarelas de ingratos, alguna ineptitud, silbo sin verso en cualquier caso…

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