lunes, 4 de abril de 2011

El mismo escribir pierde la dulzura. Sucede cuando la misma vida perjudica a la expresión de la vida. Probablemente, este yo que se declina en estas páginas no sea más que una proyección estética de lo que realmente soy, día a día. Me vivo, como decía Pessoa, estéticamente en otro.

En estos casos, pienso que la lógica de una vida imaginaria es la más real y placentera. Visitas de poetas, viajes a ciudades donde la niebla es una brigada de la calma, amoríos, música, piedra de cielo…que quien mejor nos conozca, si apenas nos conozca, que quien nos piense completos y entregados sientan el escurridizo siendo de nuestra vida.

Sería un triunfo de la vida poder ser contada o un triunfo del poema dejar en abierto la vida expresada. Como dejó escrito Petrarca: “Stanco già di mirar, non sazio ancora,/or quince, or quindi mi volgea, guardando/cose ch´a ricontarle è breve lóra.” Cansado de mirar pero no saciado, me volví a todas las partes contemplando tanto que no podré contarlo. Contarlo como fue percibido es una entelequia, porque la vida poética es una sucesión armónica y continua de difícil filiación y asentamiento.

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Vuelvo los ojos hacia lo profundo y solo podrán ver así. Los vuelvo hacia donde nunca tuvieron horizonte. El mundo comienza en la palabra, tiene su pórtico en sus sílabas, pero estas no esconden más que un silencio cósmico. Si alguien dejara de respirar, podría comprender qué es la poesía, porque cuando un poema arranca, cuando un poema comienza su acorde, una respiración nueva nos invade, transforma, resucita de la humillación de habernos conocido solo en la superficie. Volver a la mansedumbre de la música blanca.

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Esa mortal natura a la que se refiere Leopardi en el poema titulado "El ocaso de la luna". La paradoja humana de su naturaleza mientras la naturaleza es un ciclo de cierres y entrantes, de muertes y vidas renovadas. Los pájaros cantando, de J.R.J., el paso de la edad madura, para Leopardi. En cualquier caso, llega un punto en que el hombre deviene de su naturaleza para asimilarse a la naturaleza. En ese punto me encuentro estos meses. No desvío ni un ápice de esperanzas a la proclamación de mi vida. Más bien, la voy diluyendo entre la perennidad del que podrá mantenerse erigido más allá de sí mismo. Es este tema una obsesiva percusión de celeste timbre. Una percuciente reflexión que va germinando en poemas elegíacos que, como del rayo, han vuelto de la nada, de lo nunca presentido, para ser yo, total, enteramente.

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