viernes, 10 de julio de 2009

Casa de tiempo y silencio.

La escritura es un espectáculo de la imaginación en movimiento perpetuo, en vivo, en proceso, en un regurgitamiento insonoro de la pluma que toma la calidez del negro. La literatura es un secreto revelado, que va minuciosamente apareciendo bajo la linealidad del signo lingüístico. Así creo que el fondo blanco sobre el que se escribe es, ni más ni menos, que la espaciosa anchura de la lengua.

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Coloco en las baldas un libro indispensable para comprender con tino los avatares de los políticos y escritores justo antes de Guerra Civil española. España levanta el puño (Papeles de liar, 2009, del periodista Pablo Suero, es un documento que necesitaba de una reedición. Me detengo en la entrevista que le hace el bueno de Suero a Azaña, a Primo de Rivera o a Indalecio Prieto. Por supuesto, leo con atención los encuentros con los poetas, sobre todo con García Lorca, quien será asesinado meses después. Sin duda, este testimonio se puede tomar como uno de los últimos del poeta granadino.
La prosa de Suero es ágil, pero posee esa cadencia bélica y ese sonsonete de noticia callejera. El documento vale por los personajes y por las declaraciones que ellos vierten poco antes de la Guerra, sin duda, un termómetro muy valioso y preciso para calibrar que el desastre de aquella sublevación no estaba ni en la más calenturienta de las mentes.

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Así se imaginaba J. R. Jiménez su obra: “Casa de tiempo y de silencio”. Pasear por su Obra es un deleite de afectaciones múltiples; tiene uno la sensación de estar bajo el hechizo de un pasillo que es interminable y que se expande más allá del entendimiento, que se ramifica como las escaleras de Piranesi o que se reconcentra como un laberinto inhabitado que se expresa en favor de la estética. Obra, estética del hombre. Porque no deberíamos atender a más razones que a las estéticas. Cauce de cristal, rueca que hilvana los pasos de una sombra.

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Las reflexiones de Kertész sobre Kafka son decididamente deslumbrantes. K, una necesidad sustancial que proviene de la objetivación del artista. Dice Kertész: “después de Kafka, la ficción plantea la exigencia de la plena presencia”. Yo añado que la plena presencia ocurrió con Cervantes y que continuó, con otra forma, en Shakespeare. Así que Kafka hizo en su tiempo lo que descubrieron los genios, por eso la lección de Kafka no es inicial, en mi juicio, es una continuación genial de aquello que Alonso Quijano relató al oído de Hamlet.

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En el índice de tumbas que aparece en el libro de Nooteboom, voy poniendo una marca a lápiz sobre el nombre de aquellas tumbas que ya he visitado junto al escritor neerlandés. ahora me doy cuenta de que ellas parecen, sobre el folio reciclado y vistas desde arriba, un campo santo. Ojeo de nuevo la tabula de nombres. Sin decisión alguna, elijo visitar a Kafka. De ella extraigo dos conclusiones. La primera, su nombre está escrito encima del de su padre. La segunda, una cita de sus Diarios: “¿Queréis hacerme creer que soy irreal?”.

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