Fue la primera tumba que vi en Montparnasse y todavía la recuerdo con toda la nitidez de los silencios de un cementerio. He pasado dos veces junto a ella y la sobria lápida de mármol negro nunca ha procurado nuestro encuentro. En el frontal de ese mármol mortecino, sólo consta, en letras doradas, su nombre junto a la fecha de aparición y desaparición. Nada más para una mujer de la protesta y de la lucha abigarrada en los valores, -suyos, personales, enjuiciables-, de la literatura honorable.
Recuerda Nooteboom cómo la escritora detestaba la hermenéutica ramplona y condescendiente. Por eso escribió en 1964 Contra la interpretación. Piensa que la crítica son los racimos sobrantes que cuelgan de toda obra y que esa escritura secundaria no hace más que redimir lo leído, traicionarlo, asestarle un golpe bajo.
En este cuaderno llevo mucho tiempo reflexionando sobre la manía de escribir la lectura. Es un tema de ida y vuelta, de reiterada visita. Y llegué, con muchos matices, a la misma conclusión que Susan Sontag. Yo no puedo hacer crítica de la literatura cuando necesito escribirla. Eso mismo apostilla Steiner en muchos de sus libros y, con mucha fiereza, defiende que la mejor crítica literaria es la creación literaria. Qué si no La muerte de Virgilio, de H. Broch, qué si no El Doctor Faustus, de Thomas Mann o qué si no Ulises, de Joyce o La metamorfosis , de Kafka.
Añora uno sobre el mármol negro un mechón desparramado de pelo blanco. Aquel que desvirtuaba la presencia de una melena frondosa en una asimetría bella. Aunque quizás esa austeridad sea una coherente manera de estar en el mundo: sin críticas superfluas, sin palabras sobrantes.
Recuerda Nooteboom cómo la escritora detestaba la hermenéutica ramplona y condescendiente. Por eso escribió en 1964 Contra la interpretación. Piensa que la crítica son los racimos sobrantes que cuelgan de toda obra y que esa escritura secundaria no hace más que redimir lo leído, traicionarlo, asestarle un golpe bajo.
En este cuaderno llevo mucho tiempo reflexionando sobre la manía de escribir la lectura. Es un tema de ida y vuelta, de reiterada visita. Y llegué, con muchos matices, a la misma conclusión que Susan Sontag. Yo no puedo hacer crítica de la literatura cuando necesito escribirla. Eso mismo apostilla Steiner en muchos de sus libros y, con mucha fiereza, defiende que la mejor crítica literaria es la creación literaria. Qué si no La muerte de Virgilio, de H. Broch, qué si no El Doctor Faustus, de Thomas Mann o qué si no Ulises, de Joyce o La metamorfosis , de Kafka.
Añora uno sobre el mármol negro un mechón desparramado de pelo blanco. Aquel que desvirtuaba la presencia de una melena frondosa en una asimetría bella. Aunque quizás esa austeridad sea una coherente manera de estar en el mundo: sin críticas superfluas, sin palabras sobrantes.
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A veces encuentro en las palabras de otros el resumen más apropiado para acabar una conversación. Con M.J e I. hemos estado hablando sobre muchos temas ya que teníamos pendiente una cita desde hace meses. En uno de esos espacios habitados por nuetra palabras, anduvimos liados entre la opresión del socialhombre y de la individualidad. I y el susodicho defendimos que el desarrollo mayor del hombre se ha producido siempre en la soledad y en el retiro. Recordé El mal de Montano, de Vila-Matas, que es, precisamente, una defensa de esta tesis.
Hoy, leyendo a Kertész, me encuentro en su Diario con una cita de Shopenhauer. A sabiendas de la condescendencia de I. con el filósofo alemán, le traigo a las retinas una palabras que anudan lo dicho: “…no es la historia universal la que tiene un plan y una unidad…, sino la vida del individuo”.
Hoy, leyendo a Kertész, me encuentro en su Diario con una cita de Shopenhauer. A sabiendas de la condescendencia de I. con el filósofo alemán, le traigo a las retinas una palabras que anudan lo dicho: “…no es la historia universal la que tiene un plan y una unidad…, sino la vida del individuo”.
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Nunca me he sentido ridículo por el hecho de escribir. Entiendo a los que no comprenden este ejercicio tanto como a mí mismo. Una vida secreta no tiene que estar encubierta para nuestra conciencia, como tal debe ser juzgada y meditada con la anchura del desasimiento. Sentirse otro, escribir desde las manos de otra persona y pensar como si nunca hubiéramos pensado nada. Así escribo, como si hoy fuera la primera vez que me siento, cojo un libro, leo y termino dando mis coordenadas en el mundo tecleando un texto que poco importa si se entiende o si pierde en el anonimato o en la tumba negra del olvido.
¿Qué decir después de leer la cita de don Arturo?
ResponderEliminarAyer hablamos de las erratas y resulta que, gracias a una desconexión de blogger, ¡el texto ha salido del embrión errático perdido! Disculpe, querido lector utrerano, por estas cuitas. Salud, amigo.
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