Un texto literario no debe ser una descripción, sino un acontecimiento; no debe ser una explicación, sino tiempo y presencia. Añade Kertész a estas reflexiones sus primeras palabras dedicadas a Himmler quien, según Kertész, cuando miraba por las mirillas de las cámaras de gas en Auschwitz, después de vomitar, interpretaba el imperativo categórico de Kant con este gesto.
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El punto de convergencia de la verdad es la mudez. Y nada como una obra literaria que perturba y descongestiona la sintaxis de una lengua y la conduce a los lugares nunca transitados por la selección de un léxico revivido. Ocurre, en esas exploraciones, que la mudez se confunde con la avalancha verbal, de puro vértigo.
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Al releer algunas de las páginas de este Trópico, ¿dónde está mi cotidianidad, mi vida amparada, dónde? Si tuviera que edificar mi vida a través de estos textos llegaría a la absoluta conclusión de que estoy trabajando con materia ajena, que pertenece a otra vida. Por lo tanto, si escribir derrama lo más intrínseco y verdadero, constante y natural de mi vida, ¿a qué viene a decirse en otra?
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Y estas letras parcas y desabridas, como frutas que posan en una naturaleza muerta, ¿qué designio están nombrando, si a mí no me pertenecen?
La materia ajena se asimila y se crea un nuevo producto mucho más fuerte y literario.
ResponderEliminarEs el caso de este trópico tomasiano.
Un abrazo.
gracias miles, también se asimilan las apostillas como estas. Salud, siempre.
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