sábado, 25 de julio de 2009

Mencionaré una playa.

Mencionaré una playa y unos zapatos nuevos; la caída del sol, desmayado, entre las óseas esferas del mar. Con la abolición del tiempo, leeré estos microgramas de Walser que tanta perplejidad desprenden. Una cautelosa manera de hacer la sintaxis mencionaré después, cuando todo haya acabado. Acabó.

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Paseaba esta mujer cercana a las tiendas. Aquel señor de hombros limados, se aquejaba de lo otro. Un niño ejercía su inocencia a fuerza de llantos. Una joven como un pétalo refrescaba la plaza. He estado sentado un día entero en el mismo lugar. He querido emular aquello que Perec defendía para los lugares: nunca se acaban, hay que escribirlos. Para esa tarea, lo primero es elaborar una lista con toda la realidad que se ve desde el lugar. Para ello comencé a escribir en el moleskine. Aunque deberé comprarme otro. Mañana. La realidad no cabe en un cuaderno.

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Kertész estuvo leyendo a Nietzsche durante toda su vida. Es omnipresente en Diario. Así como Pascal, con el que trata de conectar y contrarrestar la influencia del bigotudo alemán. También es cierto que la escritura es la única perpetua solución a su vida. Sus desafíos como hombre pensante siempre están entre el ansía de infinito y el desarrollo del individuo. Tras leerlo durante estas semanas, creo que Kertész quiere descifrar el individuo universal que escribió sus libros. Saludarlo, con efusión. Gracias, le diría, has mantenido este cuerpo en vilo.

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