viernes, 3 de julio de 2009

DIARIO DE LA GALERA, IMRE KERTÉSZ.

Hace poco anotaba algunos fragmentos prodigiosos que Imre Kertész había escrito en Yo, otro (El Acantilado). Desde hace unos días, descansa en la mesa, arropado por la sonrisa del autor, Diario de la galera (El Acantilado, 2004). Comienzo a leerlo esta mañana y comienzan a aparecer las mismas sensaciones que tuve con Pessoa, Jules Renard o mi querido Sándor Márai. Este tipo de libros debo escribirlos, por completo, diariamente. No soy capaz de escribir una reseña, ni siquera de proferir una menuda descripción al lerrlo. Debo escribirlos, debo profesar mi religión: escribir la lectura. Ella es una compendio de creación y crítica.
Con estos autores he aprendido las virtudes de la escritura sin sistema. Una escritura que no da testimonio de una personalidad, sino que se desparrama como una mancha vaporosa que va alcanzando no se sabe qué estadios del ser.

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Diario de la galera está dividido en tres partes. Es una navegación (I. Zarpa. Rumbo a alta mar) que naufraga (II. A la deriva. Entre acantilados y bancos de arena) y que se deja ir por las fuerzas neptúnicas de la vida (III. Suelta. El Timón). Sólo los remos, la escritura, para entendernos, salva la situación. Pero ya es tarde y todo es inútil (Recoge. Los remos). El último tramo es un sucedáneo de la plenitud que los hombres llamamos felicidad (Es feliz). Y quizás, la felicidad consiste en la conciencia de la muerte, donde todo termina y donde todo alcanza un sentido. Ese todo es la vida. Y hasta que no llegue la muerte, no nos aproximaremos a su genio.

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El Diario comienza en la Navidad de 1963. Por esos años, Kertész ya había sufrido su terrible estancia en Auschwitz. No es casual que las primeras líneas declaren: “Hace un año que empecé a escribir una novela”. Para el escritor, la literatura es un bálsamo que alcanza y devora a la vida funcional. A esa vida que hace de los hombres materia alienada. En esas vidas, la cuestión principal es la renuncia a la vida.
Kertész: “¿Qué posibilidades tiene el arte cuando ya no existe el tipo humano (el tipo trágico) al que nunca ha dejado de describir?”. Entiendo, después de un tiempo, la carga de astucia que contiene la pregunta. Porque la literatura está adherida al hombre. Cabría preguntarse si, en estos años del siglo XXI, tenemos un problema de tipo “humano”. Recuerdo a Zweig a Wiesenthal y, ahora a Kertész, anunciando la caída de la cultura europea.
El hombre ha ido perdiendo la sustancia de lo humano. Esa es la tesis y estoy totalmente de acuerdo con ello. En esa pérdida, motivada por cuestiones políticas y sociales, la orden es la siguiente: ocúpate de todos los problemas de la vida, salvo del problema de la vida. En ese despiste consciente, reside la vacuidad de la obra artística contemporánea. Así se entiende mejor esa llanura inmensa en el mundo de la literatura.

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Y hemos de admitir con Kertész: “Ningún arte es capaz ya de mostrar la vida como un sistema de relaciones lógicas”. Así pues, partiendo de esa ilógica secuencia del arte, la vida debe tomar los remos y dirigirse al mar abierto, donde las aguas son claras, donde el sol nunca reposa, donde el firmamento es atravesado por el vuelo de un pájaro, que es el silencio, donde quizás nos encontramos con la última estación, en el otro costado, deseantes de felicidad.

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