DE PRONTO, comenzó un viento que me recordó a la bora en Trieste. Estábamos dialogando sobre las figuras en la noche y acerca de la poesía que se escribe en estas décadas. M.C. mostraba su parecer. Puedo asegurar que, después de más de una década junto a ella, no ha cambiado un ápice. Esa enseñanza y fidelidad a la palabra poética auténtica y verdadera ha norteado siempre mi acercamiento a lo literario.
Trataba de resumirle la lectura de "La revelación mesmérica", de Poe. Al principio estuvimos comentando la técnica narrativa que Poe había adecuado con magisterio al contenido del relato. Luego, estuvimos indagando sobre la naturaleza misma de lo que se había narrado. Leí, en voz alta, algunos pasajes del diálogo. Volví a repetirlo con parsimonia y recalcando algunas palabras. Cree el lector que cuando se detiene sobre un término y lo silabea y lo subraya está acercándolo a su entendimiento. Eso mismo hacía yo, trataba de transmitirle a M.C. todo lo que se me pasaba por la cabeza.
Ella demuestra que el amor es la superación de la individualidad. En esa pluralidad, el ser es pleno y armónico.
Ella demuestra que el amor es la superación de la individualidad. En esa pluralidad, el ser es pleno y armónico.
Días gratos, de temperatura excelente. E. y M.C. junto a uno, resguardando mis usuales desmanes e histrionismos. Contemplando naturaleza. Respirando mar. Mis ojos en los ojos del cosmos. Leyendo. Asimilando mi sustancia fugitiva y pasajera, mi muerte venidera y cierta.