EL LIBRO de Séneca que más me sorprende es Naturales quaestiones. En el Libro I he encontrado no pocas claves que, en lo más personal, siempre he perseguido y tenido la intuición de que son necesarias, fundamentales, para encauzar la palabra literaria en la corriente de lo universal. Se pregunta Séneca -y nos hace preguntarnos a nosotros como Lucilio-: "Qué es dios? La mente del universo. ¿Qué es dios? El todo que ves y el todo que no ves". Prosigue con unas aclaraciones a estos conceptos que tratan de dilucidar las diferncias entre los mortales y la naturlaeza de dios: "Lo mejor de nosotros es el espíritu, en él nada existe aparte del espíritu. Todo él es razón, mientras que a los mortales los domina una confusión de tales proporcones que eso, a lo que nada sobrepasa en belleza ni en ordenación y fidelidad a lo planeado, los hombres lo consideran casual, reversible por el azar y, por ello, desordenado [...]".
Séneca se propone la tarea de entender qué es dios en todas las cosas de naturaleza, en las realidad dada, ya establecidas por orden y armonía de la fuerza ordenante. Su propósito está motivado por un interés mayor: saber, dice, una vez que tenga la medida de dios, que todo lo demás es pequeño.
Sin embargo, la sentencia que dejo siempre en la memoria, tras a lectura gozosa y sabia de estas páginas, es la siguiente: "Ah, qué despreciable es el hombre, si no consigue elevarse por encima de lo humano!".
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La mañana es un carrusel de luces y yo me recuerdo en Venecia. El verano es Italia, puramente la tierra italiana. Ella me mostró hasta la altura de la belleza y cómo el amor posee sus mecanismos como el sur sus aires. Cada paso recorrido, cada ciudad visitada, cada rincón y cada paisaje siguen percutiendo en la memoria siempre que me dispongo a escribir o a pensar o a revelar el espíritu sobre lo humnao. Italia fue el lugar en que entendí que es despreciable ser hombre, meramente hombre, un hombre solo y engreído.