EL DOCTOR le había diagnosticado una
parálisis al músico avejentado. Apoplejía, dijo el doctor Jenkins, ceremonioso.
Schmidt insistió con sus preguntas, ¿podrá, al menos, volver a trabajar? Eso
nunca más, contestó el doctor. Hemos conservado al hombre, pero al músico lo
hemos perdido.
Es un pasaje que ilustra el
desconocimiento de la ciencia sobre lo velado. No son fuerzas medibles,
impulsos que puedan cuantificarse en grado alguno, medidas milimétricas o subatómicas que no conduzcan, precisamente, a absurdos y desconciertos. Estamos
ante el proceso de la creación revelada, la más excelsa, acaso la única que
posee el alud de permanencia. La acción que sigue siendo inexplicable para el mortal.
Trato de rememorar el pasaje que
relata Zweig en Momentos estelares de la
humanidad. Pasados unos meses, tras una evolución asombrosa, Händel compone
de un tirón su obra magna, El Mesías.
Fue otra revelación, pues solo en las creaciones puras
suceden acciones de esa magnitud en el espíritu.
De un tiempo a esta parte voy
comprendiendo algunos asuntos que antes solo eran tanteos, explicaciones
banales y hueras. Esas lábiles palabras eran lo que me hacía estar en el mundo,
intentar ser. Por este motivo, la evidente incomprensión de la mayoría de las
realidades que cohabitan en esta realidad y que son apreciables y sensitivas o
meramente intuidas siempre se
desenvuelven con otros mecanismos, con una fuerza que entrañan otra disposición
de la que nunca sabré decir nada, pues es inefable. Es el estado del silencio y la soledad. A diferencia de la música, en que el silencio no es antecesor ni marca alguna de fin, sino que se integrar en la misma armonía, la poesía ha tratado de utilizar el silencio como un recurso para llevar la palabra al límite. No creo que el silencio establezca ningún límite, el silencio es esencia de la palabra polifónica.
Claridad, luz sonora, humildad
son los atributos con los que Zweig coloca la escena en el imaginario del
lector. Aclara lo sucedido con inmejorables prosa: “De nuevo había encontrado
el lenguaje con el que hablaba con Dios, con la eternidad y con los demás
mortales". Y queda uno contemplando estas palabras, negro sobre blanco, absorto, meditabundo, alejado de los corifeos y las camarillas.