martes, 9 de julio de 2013

EL DOCTOR le había diagnosticado una parálisis al músico avejentado. Apoplejía, dijo el doctor Jenkins, ceremonioso. Schmidt insistió con sus preguntas, ¿podrá, al menos, volver a trabajar? Eso nunca más, contestó el doctor. Hemos conservado al hombre, pero al músico lo hemos perdido.

Es un pasaje que ilustra el desconocimiento de la ciencia sobre lo velado. No son fuerzas medibles, impulsos que puedan cuantificarse en grado alguno, medidas milimétricas o subatómicas que no conduzcan, precisamente, a absurdos y desconciertos. Estamos ante el proceso de la creación revelada, la más excelsa, acaso la única que posee el alud de permanencia. La acción que sigue siendo inexplicable para el mortal. 

Trato de rememorar el pasaje que relata Zweig en Momentos estelares de la humanidad. Pasados unos meses, tras una evolución asombrosa, Händel compone de un tirón su obra magna, El Mesías. Fue otra revelación, pues solo en las creaciones puras suceden acciones de esa magnitud en el espíritu.

De un tiempo a esta parte voy comprendiendo algunos asuntos que antes solo eran tanteos, explicaciones banales y hueras. Esas lábiles palabras eran lo que me hacía estar en el mundo, intentar ser. Por este motivo, la evidente incomprensión de la mayoría de las realidades que cohabitan en esta realidad y que son apreciables y sensitivas o meramente  intuidas siempre se desenvuelven con otros mecanismos, con una fuerza que entrañan otra disposición de la que nunca sabré decir nada, pues es inefable. Es el estado del silencio y la soledad. A diferencia de la música, en que el silencio no es antecesor ni marca alguna de fin, sino que se integrar en la misma armonía, la poesía ha tratado de utilizar el silencio como un recurso para llevar la palabra al límite. No creo que el silencio establezca ningún límite, el silencio es esencia de la palabra polifónica.    


Claridad, luz sonora, humildad son los atributos con los que Zweig coloca la escena en el imaginario del lector. Aclara lo sucedido con inmejorables prosa: “De nuevo había encontrado el lenguaje con el que hablaba con Dios, con la eternidad y con los demás mortales". Y queda uno contemplando estas palabras, negro sobre blanco, absorto, meditabundo, alejado de los corifeos y las camarillas.