martes, 16 de julio de 2013

UNA de las instituciones culturales que ha terminado por derrumbarse es la librería. Ayer, cuando terminé la visita, me inundó una preocupación que nunca antes me había golpeado de esa manera. Visitar una librería, indagar en sus baldas los títulos conocidos en ediciones nuevas, sorprenderse con la reedición de obras inencontrables, hallar la sorpresa de un libro que desconocíamos, hojear un manual que anhelamos desde hace décadas o simplemente imaginar que uno vive allí en cada una de las metamorfosis que proponen las estantería, todo ello ha terminado. Terminó hace tiempo, quizás, pero lo evidencié ayer con mucha claridad. 

No hay fondos y la poca literatura que se vende en estos recintos de bolígrafos, marcapáginas, flexos y demás cachibaches están, casi todos, en una edición de bolsillo con una página que, al poco contacto con la brisa y la humedad, es carnaza para la carcoma. Son libros flotantes, me dije, metáforas de la literatura para el hombre contemporáneo. Un lector avezado sabe que la lectura se termina convirtiendo las más de las veces en relectura y que la edición del libro que ha escogido para inicar esas letras en su memoria es crucial. Ayer escribía sobre cómo el conocimiento se crea en el acercamiento al conocimiento, en esa imagen mental que el individuo proyecta sobre l que va a comenzar a contener en sí mismo. Ahora, en estas décadas, el lector realiza lecturas de paso, de mero entretenimiento. Las ediciones no suponen nada porque lo que contienen será olvidadizo.  

Estas librerías de ahora evidencian el nuevo tipo de lector. Es obvio que ha bajado el nivel de las lecturas por diversos motivos, pero es evidente que antes en una librería uno ppdía estar horas leyendo los títulos y, en las circunstancias actuales, no aguanto más de veinte minutos, incluido el tiempo de la caja. 

Aprendí a estudiar, a leer en algunas librerías. Las combinaba con las librerías de lance, pero sucede que ya únicamente estas últimas me atraen y me conmueven como antaño las llamadas librerías de nuevo. Creo que, al fin, cerrarán las librerías o se convertirán en expendidurías de libros electrónicos.
No son ya ni el reducto de la avanzadilla cultural de los pieblos o ciudades. 
 
Para colm, no hay poesía en las librerías al uso. Se acerca uno al estante marcado por un triste letrero que reza "Poesía" y se encuentra con los libros de los poetastros de los últimos treinta años con las lavadoras y los detergentes...tanta bazofia acumulada y mostrada al mundo como poesía. 

Tendrá uno que ir acostumbrándose a esta falta, a esta ausencia y quedarse con el recuerdo en el que uno visitaba las librerías, casi sin dinero, para simplemente azuzar el espíritu y la condición en el mundo.