viernes, 24 de julio de 2015

AFIRMABA Debussy que en su relación con el mar sucedía el encuentro entre la inmensidad y la pequeñez de su persona. Por ese motivo, no deseaba hacer escuchar el mar, sino hacerlo sentir. Y eso mismo es lo que se produce apenas ha comenzado la composición, la primera inmersión. Una melodía edificada con el telar de un ideario que produjo una nueva música o, lo que es lo mismo, una forma de crear distinta con los mismos elementos. 

Como sucede con el alfabeto, desde el límite de unas vocales y consonantes podemos establecer infinidad de mensajes a lo largo de nuestra vida; tal que la música, con un limitado número de sonidos, pueden combinarse, gracias a su gramática propia, una infinidad de propuestas. 
La de Debussy es prodigiosa, pues amolda la expresión con la idea, la forma con el fondo, haz y envés salinamente ungidos de emoción.

Hoy, que comparto la mañana con su música, todo parece adquirir una nueva luz en sus cuerpos: el pájaro, el árbol, el olor a sal, el propio cuerpo de E. labrado a la luz del verano.