EN la escritura sucede una ascensión. Va uno escalando a medida que lee y adentrándose en no se sabe qué vericueto de la palabra. Ese reino formado a nuestro alrededor culmina por interiorizarse dentro de nosotros. Y con ello, llega la vivencia de la palabra literaria. El mar es no es el mar, sino lo que hemos entendido tras esa experiencia lectora o musical, artística en cualquier caso.
Así las cosas, las obras artísticas deben ser transformadoras, procurar el paso de un estado a otro; cuando eso sucede la palabra procede limpia y esmaltada de una verdad, sea cual sea, en el origen (cada vez más alejado) de nosotros. Se produce un movimiento holístico con estas obras, un retroceder hacia lo que seremos.