QUIZÁS comenzar a
escribir una novela es la manifestación más diáfana de la voluntad de un
individuo pues a diferencia de un poema o de cualquier otra manifestación
literaria, la novela consiente el esfuerzo, el repaso, la variación, la usurpación
a lo vivido y lo soñado e inventado en una misma cosa o quizás no, y puede que
en el comienzo el ímpetu prístino de una narración anide en una afán de
pervivencia en la ficción, es decir, en lo que no ocurrió nunca o pudo haber
sido, en lo que convive con lo que es verdadero o lo parece. Puede que narrar,
contar sucesos inventados, o no inventados del todo, demediados entre lo real y
verosímil, confiera al lector la naturaleza más verdadera de su vida, la
condición de ser en un estado que nunca antes había sido posible hasta el
encuentro con el relato; de ser la otredad, la vida imaginada del autor, la
ficción misma de lo leído y proceder como un ser sin tiempo finito o inmaculado
de toda finitud.