Durante mucho tiempo, me acosté temprano. Tarde de cobalto y racimadas nubes. El sol postrado entre la calidez del
naranja. Sus destellos son frugales sobre la piel y en las retinas, sin
embargo, inunda su presencia los almíbares. El pájaro en la rama y el verde de
plácida nitidez. Estampa perturbada, sintaxis del retorcimiento. Decir de lo
perseguido. Balbuceo huero, búsqueda de continuo. Transitiva levedad.
***
Todavía recuerdo el pasaje. Comencé a leerlo una noche
cercana a julio. En Sevilla, el día había sido soporífero y tenaz. El calor lo
había inundado todo y se me ocurrió comenzar a leer esa obra. Aquella situación
extrema para el cuerpo beneficiaba al desajuste psíquico que la convoca.
Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, con una
bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una
navaja.
Recuerdo que me levanté después de leer el párrafo y
me dirigí al cuarto de baño del piso que compartía. Agarré una navaja que
teníamos para comer el pan y el queso. Me coloqué delante del espejo y el
párrafo comenzó a transmutarse, a penetrar en la conciencia hasta que una mano
me apartó del espejo con tal brusquedad que me tiró al suelo. Siempre le he
recriminado ese acto al compañero, pues me encontraba en el seno de la obra,
justo en posición mental desde donde hay que precipitarse hacia ella.
***
Azules como acero y ligeras, movidas por un viento
contrario suave y apenas perceptible, las ondas del mar Adrático habían corrido
al encuentro de la escuadra imperial. En su frente estaba escrito el signo de
la muerte. Estaba el signo en la frente del poeta, del gran
poeta de la antigüedad que ungió la poesía con la más noble y certera sustancia
humana. En la nave su memoria, pero también sus complacencia. Su vida se había
convertido en algo inoportuno para él. Para él, quien habitaba ya dentro de sí.
***
El ser del mundo se hace girar en torno a lo ausente. Al igual que la literatura, el poeta coronado por Rafael en la estancia
vaticana, supo decir al final de su obra lo que todavía ningún poeta ha
escrito. Lo hizo sobre lo que no vieron sus ojos, sobre lo que nunca sintió,
más no por ello dejó de intuir. Convirtió y agasajó las especulaciones y las
certezas en ritmo poético. Embadurnó la palabra poética con las profundidades
del ser, con lo absolutamente ausente.