martes, 24 de noviembre de 2015

LA ESPIGA en la mano muestra su dulce cuerpo. La arrojo al campo como una semilla incandescente cuando escucho la lira de Hermes. La lira es el mismo instrumento que el arco, uno otorga la vida y le otro, la muerte. El poeta es un arquero que ofrece, en su canto, "encantamiento", término que, en la antigüedad señalaba la capacidad mágica del verbo y la música. Es el reino de la música, el eros, el olvido de sí. 
Por contra, la poesía apolínea, la que remeda las capas ocultas de la vida misma. Cantaba Píndaro: 

Oh, lira de oro, tesoro
común de Apolo y de las musas
[...]

En Ilíada y en Odisea se concitan la luz de la luz y la noche de la noche. Apolo principia el canto y Hermes lo culmina. Entre tanto, Ulises es aconsejado por Circe de los agasajos, el embelesamiento de la poesía "hermética". Caer en ella, arrojarse a a las sirenas es proceder al olvido de sí, al profundo territorio de la evanescencia panteísta. Los oídos de Ulises contuvieron el encantamiento y ello perduró en su memoria como un verso cristalino, punzante. Sin embargo, contuvo las mortales ansias de morir en vida, con el cuerpo en las manos temblorosas del amor.