martes, 29 de diciembre de 2015

AYER me preguntaba M.Á. por la escritura. Él, como creador plástico, siente la tentación de reflexionar sobre el proceso mismo de la creación. Los dos estábamos de acuerdo en que la sociedad actual confunde la mera expresión con el sentido profundo de la creación, la mera exposición de sentimientos, acciones, palabras que en la redes sociales adquieren difusión social y el ejercicio esencial de crear inherente a la condición de mortalidad. Esta disyuntiva bien valdría para escribir un ensayo que acudiera a todas las etapas de la historia para ofrecer una visión múltiple de esta confusión. 
En estos años dicha confusión se acrecienta; y no quiere decir estas palabras que ciertas manifestaciones no dejen de ser, incluso, mejor que las que se difunden por los métodos tradicionales. En muchas ocasiones hemos leído en la Red páginas de ciudadanos que escriben con pureza, con conocimiento y verdad sin haber publicado en una editorial de prestigio (social). Cada vez son más los casos, pudiera incluso afirmarse, de cómo las editoriales 8las salas de exposiciones, etc.) terminan por publicar lo que a priori tan solo se va a vender, por lo que el criterio de pertenencia a la literatura deja de ser fundamental al igual que la publicación en abierto. Son, sin duda, muchas las aristas de esta reflexión que únicamente expongo a brochazos limpios y que devienen de una conversación con un amigo de años, sin embargo, no deja de ser significativa que la evolución desde distintas disciplinas vayan desembocando a las mismas aguas. Eso indica que el sustento ético, la posición moral del individuo en el cosmos es el principio de la creación, la rotación que otorga sentido a la propuesta formal. 

Poseer la biblioteca más valiosa en España en el siglo XVI no era cuestión menor; de hecho el pleito administrativo tras la pérdida de Siena no se le perdonó hasta que le regaló su biblioteca a Felipe II. Este poeta hizo una paráfrasis a la Mécánica de Aristóteles, entre otras cosas, y sufrió cuartanas que apunto estuvieron de terminar con su vida y le amputaron, casi al final de sus días, una pierna. Todo ello, tras haber vivido una vida apasionante, cargada de experiencias notables en Italia. Siena, Florencia, Roma, Nápoles fueron, durante mucho, sus callejeros sentimentales y de vida diaria. Conoció la literatura italiana y la difusión de las formas clásicas como pocos poetas, es más, ese conocimiento lo convierte en un autor versátil, de difícil clasificación, pero enormemente delicioso. 
Lo primero que conocí de él fue el dato relativo a su reclusión, como otros tantos escritores y sabios, en un castillo, exactamente en el castillo de la Mota para luego ser desterrado a Granada. Estuvo en la cúspide del mayor imperio de nuestra tierra y terminó sus días almacenando volúmenes arábigos de ciencia y historia. Diego Hurtado de Mendoza ha sido siempre un personaje fascinante de nuestra historia literaria. Sus versos resuenan esta mañana diáfanos y refulgentes:

" No es vida la que vivo, pues da muerte;
no es muerte, pues da vida el ansia mía;
no es fuego el que me quema, pues me enfría;
no es frío, pues en fuego se convierte."
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