DE J.R.J sigo aprendiendo, en cada lectura, la constante permanencia en la fidelidad a la palabra poética. Decía el de Moguer que los poetas no son filósofos sino clarividentes y existe, en esta afirmación espigada de entre sus páginas, una teoría profunda y esencial.
La poesía debe proponer en su discurso una revelación, lo que los griegos llamaban "aletheia". Al tiempo reside en su seno un razonamiento numinoso, que concierta los contrarios, que conduce a la combinación sintáctica tan mezquina a nuevas posibilidades significativas, que vuelve a decir, explorar, describir la naturaleza del mortal pero en el rescoldo de un discurso nuevo. Esa es la literatura en la que, como lector, me transformo; esa es la literatura con la que, como aprendiz, revuelvo cada vez y siempre cada palabra que desea conformar un poema.
Que todo ha sido nombrado ya, que la naturaleza del hombre ha sido tocada por el magma silencioso y rotundo de la poesía es una pieza del origen de la palabra. Y en ella sigo indagando con las lecturas de los poetas que, en cada silabeó, traen a nuestros ojos del espíritu una verdad y una belleza de las aguas originarias.
Somos nosotros parte de esa unidad natural del cosmos y la música, la poesía propia del centro indudable y concéntrico y el resto es canto raquítico e inservible, pues confunde y desordena la clarividencia que nombraba J.R.J.