HEMOS PASADO unos días en la naturaleza: rabilargos, pinares, lagunas, senderos, la levedad toda en los ojos. Juntos hemos poseído el tiempo como afirmaba Lucrecio, el poeta, con la solemne y armoniosa lentitud de la noche. Ha sido hermoso vivir, comer sin más ni más juntos, los tres. Y más aún, acabar el capítulo con el deseo abierto y reverdecido de volver a ser plurales de nuevo.
En esos días escribía en algunos cuadernos. Limpios, transparentes en las manos. Poemas, versos incipientes. Fracasos todos. Me conformaba con sentir la concordia del trazo en el papel, de percibir la cercanía al blanco del blanco en el horizonte perdido; la tranquilidad de nutrir la inquietud y el deseo.
Poseído por esta lujuria del silencio me he preguntado, sobre todo, ¿para qué poetas?, con Heidegger, si todo existe ya en su justa existencia solitaria y silenciosa.